miércoles, 24 de septiembre de 2008

Un pájaro


El camionero gordo apuró el vaso de cerveza, hipnotizando su mirada en un camión que se deslizaba silencioso por la ruta 7. Cuando hablaban de sus apariciones y se extraviaba unos instantes en sus pensamientos, el mundo se le soltaba como un globo sin rumbo. Su aspereza natural se corrompía de una poesía sin letra y sin forma, que vertiginosamente le ganaba la sangre.
Y de repente, el camión lejano y silencioso alcanzaba el cruce y se volvía de juguete; una gran maqueta recreando un mundo extraño. Un gran juego, desproporcionado y absurdo. Ir y venir eternamente, ir y venir como la misma cosa; el final de un viaje, el principio de otro. Un camino circular uniendo el kilómetro 0 y el destino final.
Y alterando el monótono tapiz de pavimento y rayas blancas entrecortadas, los infinitos enigmas de su aparición. Caprichosa, fugaz; inexplicable y maravillosa. Un luminoso pájaro escurridizo. Y a pesar de que todo aquél que hablara de sus apariciones era acusado de fabulador, y que esa acusación también recaía sobre él, sus relatos eran escuchados con mucho respeto, porque eran distintos.
-La 38 es su ruta favorita, a mucho se les apareció como a mí, uno kilómetro pasando el control policial. Ahí fue donde aquella guelta clavé las guampas y me bajé del camión. Se quedó uno minuto delante mío, como si me hubiera estado esperando...
El otro camionero, que en su antebrazo lucía un colorido tatuaje de la Virgen de Luján, también desparramaba su teoría.
-Sin embargo en Tucumán, en muchos pueblos, le dicen El Pájaro de la 157. Yo la última vé que vi su aparición, fue cerca de La Cocha.
-Es que en mucho lugare dicen que les pertenece. Nadie sabe bien que e.’ En La Rioja le dicen El Pájaro de la 38, en Jujuy La Luciernaga de la 1. Fue el loco Cosentino, que ahora está manejando un Bedford cañero, el que le encajó ese nombre. A él se le apareció en la 1, cerca del Ingenio La Mendieta, se le apareció de noche se le apareció. El loco quedó loco del todo, lo ojo le quedaron como dos pelotas –el gordo terminó de hablar y estiró su voluminoso brazo para llenar nuevamente los vasos.
-Y entonces es de todas las rutas del norte.
-Sí, debe ser así nomá, porque por el sur no lo juna nadie. Mirá vó que yo do por tré ando por Bahía Blanca, por Viedma y nada, nadie sabe nada. Ni noticias de sus apariciones.
El sol azotaba sin piedad el interminable playón de tierra de la estación de servicio. Los dos camioneros reposaban despreocupados bajo un toldito del parador abandonado, punto de encuentro obligado cuando coincidían en el laberinto de sus destinos. Allí permanecían largas horas, lejos de los surtidores, contemplando la rutina del cruce de rutas. Desde los baños, el sonido latoso de una radio les llegaba a oleadas. Una voz indefinida que desbordaba los silencios. La tarde primeriza, empantanada en el tiempo, se aquietaba en el calor, como si las agujas del reloj se hubieran detenido al sentarse en la pequeña y oxidada mesa redonda.
-Che ¿Y qué será?, ¿Será colifa?, ¿Qué será...? ¿Será un fantasma? ¿A vó que te pareció gordo?, vó que decí que estuviste ahícito nomá.
-No creo que sea algo humano como nosotro. Yo conozco muy bien a los humano, yo anduve por todos lados y nunca vi a nadie con esa luminosida. Es un pájaro, un hermoso pájaro mágico. Nunca me voy a olvidar de aquella guelta, aquella tarde en la 38. Se quedó junto al camión, sin moverse, y me miró con sus ojos brillante. Habrán sido uno segundo, uno minuto yo qué sé. Pero me miró fijo, ¡eran ojos de pájaro!, pero te cegaba de mirar y luego se desapareció como por arte de magia, como pechao por un fantasma. Todas la jotra veces, se piantaba al detener el camión, pero esa vé no, esa vé no. Esa vé fue como si me hubiera estado esperando.
El gordo hizo silencio y encendió con ansiedad un cigarrillo. Cada vez que relataba aquel suceso del cual lo separaban tres años, su corazón se estremecía profundamente. Era su íntimo orgullo que lo haya elegido, que le haya dedicado unos instantes más que a los demás. El del tatuaje lo escuchaba con atención, mas allá de las suspicacias, siempre disfrutaba escuchar la historia tantas veces narrada por el gordo Norberto. Al rato llegó Darío, un camionero de Ramallo con el que muchas veces coincidían en esa estación de servicio en las afueras de Laboulaye. Traía un reporte de una nueva aparición. Cuando alguien llegaba, lo primero era actualizar el mapa de sus apariciones. En esta oportunidad había sido avistada por la ruta 19, cerca de una localidad llamada El Tío. El camionero gordo puso en duda la versión, ésa no es de sus rutas, dijo con autoridad. Al cabo de un rato, abrieron otra cerveza y derivaron sobre otros temas.
Mientras observaban pachorrientos el cruce, divisaron una extraña camioneta negra que ensayó una maniobra caprichosa y bajó de la ruta 7. Sin titubear se encaminó hacia ellos. Era una lúgubre ambulancia fúnebre, que se detuvo casi en la entrada de los baños. Inmediatamente descendieron dos hombres de traje negro, desaliñados, uno era petiso y morochito y el otro rubio, muy alto y espigado.
-Señor Norberto Menéndez –el más alto se dirigió directamente al camionero gordo como si lo conociera. Hablaba con un marcado acento extranjero.
Sorprendido de ser llamado por su nombre, el camionero gordo se puso de pie y lo escrutó con desconfianza.
-Sí, soy yo.
El larguirucho le extendió la mano y se la estrechó con fuerza.
-Andrew Vancouver.
Luego se presentó el petisito.
-Víctor Bobadilla.
Ambos saludaron con un gesto amigable a los otros dos camioneros.
-Mire amigo Menéndez, nosotros tenemos que cumplimentar un trámite para abandonar estas rutas para siempre y necesitamos de usted.
El acento del larguirucho dificultaba bastante la comprensión de sus palabras.
-¿A mí?, ¿por qué? –nerviosamente miró a sus dos amigos con la intención de que compartieran el absurdo.
-Mire amigo voy a explicarle. Nosotros somos integrantes de Los Custodios de La Ilusión, y desde hace un tiempo estamos cuidando su influjo en estas rutas de Norte Argentino. Eso, je, que ustedes acostumbran llamar El Pájaro. Oh sí, un hermoso nombre. Nuestra organización es milenaria y tan sólo debe vela por las ilusiones creadas por las personas y todo lo que su mágica esencia genera en sus corazones. Mucho más en gente de trabajo solitario, como el de ustedes. La ilusión es algo real amigos y nosotros la custodiamos. Nuestra organización está en todo mundo. Yo soy de Escocia, mi abuelo fue primero en mi familia que integró esta organización, él custodió la ilusión de monstruo de lago Ness. Mi compañero Víctor es de Paraguay.
-De Luque –aclaró con orgullo el petiso.
-Pero hemos fallado, lamentablemente no pudimos controlar todo y un loco le disparó con una carabina en la ruta 157, cerca de Leales.
Los tres camioneros lo miraron incrédulos, pero el larguirucho continuó rápidamente con su relato.
-En esta ambulancia viajan sus despojos. A nosotros nos espera castigo, el que recibiremos con alegría, como una prueba de fortaleza para nuestros espíritus. Nos espera la Siberia Nororiental, allí custodiaremos su ánima, que se convertirá en el alma helada de frío más frío de mundo. Se amalgamará con la nieve, para sembrar la ilusión de solitarios habitantes de polo de frío. De Ojmiakón, de Jakutsk, de Verkoyansk. Remotos lugares, gélidas llanuras. Ojmiakón es el verdadero polo de frío. Allí yacen intactos monstruos extinguidos hace milenios. Seremos los custodios de lago Labankür, que encierra un terror sin rostro, un terror absoluto. Allí velaremos por la ilusión de pastores de Ártico, pastores de renos que transitan colinas rosadas y nieves celestes, bajo un sol anaranjado y tímido. Nos habíamos encariñado con estas cálidas rutas de norte argentino, con su gente, pero...
El camionero gordo, aturdido de semejante delirio, escupió su reacción largamente contenida.
-Disculpen muchachos, están chupados o les pegó el sol del mediodía de lleno en la zabiola.
-Menéndez, Menéndez, no oculte su luz, usted y nosotros sabemos perfectamente que usted fue el elegido. El elegido, Menéndez. (El extranjero estiraba obsesivamente el apellido Menéndez). Sólo le pedimos que reconozca cadáver. Así lo pidió. Fue su última voluntad.
-¿Lo pidió?, pero...
El camionero gordo sintió que era reivindicado por los dos locos. Y eso le provocó un reconfortante orgullo, que sobre lo absurdo de la situación, atenuó su burla hacia los extraños visitantes. En el último de los casos, tres locos diciendo lo mismo resultaban más convincentes que uno. Los otros camioneros, también consternados, lo animaron con los ojos para que accediera al pedido. En sus miradas se licuaban sin control el absurdo, la curiosidad y la tristeza.
La tristeza, sobre todo la tristeza.
-Venga Menéndez, es sólo un segundo.
Tímidamente los acompañó hasta la ambulancia fúnebre. El paraguayo abrió la puerta trasera del vehículo y ante sus ojos apareció su armónica figura; ya sin vida, pero aún irradiando su enigmática belleza.
Una sensación confusa paralizó su cuerpo, recreando en su mente aquel instante maravilloso de su aparición.
El larguirucho, con extrema delicadeza, quitó de su rostro una especie de máscara y se retiró con los otros. Norberto se quedó solo ante su imagen durante algunos segundos. Al cabo de estos, el larguirucho regresó, cubrió el cadáver con una sábana y le entregó la máscara. El camionero gordo la aferró entre sus manos. Entre los tres hombres se interpuso un silencio infinito.
Se despidieron. La ambulancia fúnebre se alejó velozmente por el playón, levantando polvo y escondiéndola de sus ojos ávidos de verla marcharse. Luego trepó la cinta asfáltica y se alejó por la ruta 7 hacia el sur.
Los dos camioneros lo rodearon con ansiedad. El camionero gordo colocó la máscara sobre sus manos regordetas y la exhibió como si fuera un pájaro muerto. Los tres la observaron fijamente, con los ojos descoloridos.
-¿Cómo era, Gordo?, ¿Cómo era?
El camionero gordo pestañeó, espantando la niebla que confundía su mirada y un repentino brillo coloreó nuevamente sus ojos.
Desde su boca, las palabras emergieron como ángeles:
-Era como una mujer, igual a una mujer.

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