sábado, 24 de diciembre de 2011

Papá Noel es un monstruo




-200 pesos para cada uno, para los que no tienen deuda con el sindicato –alardea Mandinga a la delegada gremial que anota los nombres del personal del corralón para los préstamos.- Con 200 pasan la fiesta como Dios manda y todo el mundo contento.
-Pero Mandinga, sólo los que no tengan deuda.
-Yo tengo palabra, Susana, yo soy derecho; el que debe en el sindicato no cobra un mango -hace una sonrisa que más parece una mueca.
-Mirá Mandinga que igual nos salta por el sistema, eh.
-Vos dormí tranquila Susana, que en el corralón yo soy Gardel y las peras.
Los muchachos del corralón esperan afuera, ansiosos y expectantes. Confían en su líder natural y el que no confía no cobra. En el corralón no hay mariconeos ni debates. Sin embargo, respetan a Mandinga es una mezcla de “pesado” y buen tipo. Tiene códigos.
            Astudillo no tiene deuda con el sindicato. Pero por el monto de su sueldo no le pueden dar más de 150 pesos. Astudillo es amigo de Mandinga, comparten la barra brava de Morón, pero Mandinga tiene más luces. Cuando salen de la cancha y se van de joda por ahí, Mandinga le dice: negro no seá boludo, no te mamé tanto, vó no sabé chupá, te mamá y te poné muy loco. Mandinga la hace bien: chupi, negritas para culear, pero la familia es sagrada. Hasta su prefabricada es digna. En cambio, Astudillo se emborracha y la faja a su mujer. Vó só un boludo Astudillo, pa qué la fajá a la Nancy, un día te va a corta la poronga, un día te va agarrá en pedo y te va hacé la de la Bobi’, la Lorena Bobi’ te va a hacé.
Es 24 y la calle vomita Navidad. La gente entusiasmada sale de los negocios con paquetes y bolsas. Y charlan, charlan y se besan como si después de la Navidad hubieran anunciado el fin del mundo. Astudillo viaja en el colectivo. Como le dieron los 150, dejó la bicicleta en el corralón, y se tomó el colectivo. Son las cinco y media de la tarde. Piensa en bajarse en Morón para tomar unos traguitos en la estación y después comprar los regalos para los pibes. Especialmente para el Fabián, que le pidió un autito con luces. El Fabiancito ya entiende. Se toma un par tragos en la estación. El alcohol reanima su sangre y siente crujir en su cuerpo un renovado ímpetu. Detiene sus ojos en el vaso de vino blanco y gomoso, piensa que cuando llegó del Chaco debió haberse metido a jugar en un club. Jugaba bien. Pero le había gustado mucho la joda. Las minas..., las minas lo vuelven loco. Cuando tiene una nueva en la mira se enceguece. Hasta no tenerla en la cama jadeando no para. Y como sabe que a ellas les gusta la pierna, más se ceba. Para Astudillo, las minas son con el chupi, lo pueden. Pero el fútbol es su frustración. Porque las negritas lo buscan, pero el fútbol se le había negado. Cuando asocian su nombre con el del Astudillo legendario de Talleres de Córdoba, siente que hasta su apellido lo hubiera ayudado.
            Y sin embargo, el corralón.
            El cuarto vaso de vino. Paga con 50 y al club. De vuelto vuelven 10. El Rolo se cobra la deuda como regalo navideño. Rolo so un rocho, la puta que te parió. En el club están preparando joda. El albirojo del Gallo se adueña de las paredes. Astudillo medio chispeado lo chucea a uno de la comisión: a quién van a traé ustede, a Rodrigo, si acá no hay una moneda, al muerto de Rodrigo sólo pueden traé ustede y con el jonca y la vieja a cuesta, ja ja ja. En el buffet pone desafiante los 100 pesos sobre el mostrador y recién al verlos el Gallego saca la botella. Te voy a garpá gaita botón, te voy a garpá y dejá la botella ahí paradita. A las nueve está absolutamente borracho y no compró nada para la noche. La putea a la Nancy: la yegua ésa ya debe estar cacareando como una gallina. Hasta el Gallego le dice que se vaya para la casa, pese a que tiene plata para pagar el chupi. La familia del Gallego empieza a festejar la Navidad y Astudillo se siente incómodo y encara para lo de su vieja. La vieja y la Nancy no se pueden ni oler, por eso es que no la pasan todos juntos. A Astudillo eso le molesta, pero la Nancy, pese a que recibe los piñazos sagrados de cada día, se la banca y tiene personalidad. Y la vieja le da con un caño oxidado, y le mete ficha que la Nancy anda con el primo, el Sergio, la que me faltaba: un hijo cornudo grita cómo queriéndo abortarlo tardíamente con la lengua. Astudillo no la escucha y se queda en la casa de su vieja, pero no por la vieja; está caliente con una pendeja que es hija de no sabe quién. La pendeja, que tiene como 18, está encendida y lo busca y Astudillo está más mamado que nunca. La vieja lo fleta para la casa, que queda a dos cuadras, porque está muy tomado. Qué te banque la negra pata sucia ésa... Astudillo manotea una botella de sidra y sale a la calle. En la primera esquina la descorcha y se la toma de un saque. Un frío sangriento le brota en la cara, mientras las luces silenciosas se le deshacen en los ojos. Las luces parecen sangrar el barrio. Tropieza y cae al piso. Son las doce. Unos vecinos que festejan con la mesa en la puerta, se acercan e intentan ayudarlo a levantarse; pero él los putea, empieza a putear a todo el mundo. Aterrorizados, los vecinos se alejan. Arrastrándose llega hasta su casa y empuja el portón de alambre y casi cayéndose atraviesa el sendero del jardín de barro hasta la puerta de la casa. Parece que todos duermen, parece que nadie festeja Navidad allí.
Los chicos escuchan ruidos y se levantan desesperados, para ver a Papá Noel. Cuando lo ven, con esa sonrisa estúpida y babeante en la boca, los destroza la desilusión: es papá.