viernes, 17 de julio de 2009

La Cometa del Gordito


El frío de agosto se adormecía bajo los rayos tibios que bañaban el extenso verde del parque, en el borde de la General Paz. Los picados salpicaban los mil colores de sus camisetas corriendo en pugna de balones escurridizos. Los números en las espaldas planteaban ecuaciones caprichosas. Los barriletes le inventaban ojales al cielo azul. Los sándwiches daban su último adiós e ingresaban en los túneles rojos de las bocas ansiosas. El domingo se aceleraba en el relato vertiginoso de una radio futbolera.
El gordito movía dificultosamente sus brazos, aprisionados en la voluminosa campera, tratando de que su barrilete no pierda altura en el cielo. Apenas si se distinguía el escudo de Chacarita Juniors metido en el altísimo azul. El de Chacarita le había pedido al vendedor de barriletes, aún cuando su padre pretendía, sin fortuna, que eligiera el que tenía el escudo de River Plate. Pero el gordito sólo quería el de Chacarita, el cuadro de Judith. Su papá, vencido, debió aceptar la voluntad firme de su hijo y tras elevarlo en el cielo, le entregó el palito en el que se anudaba el hilo y se sentó en el banco para seguir discutiendo con su ex-mujer los pormenores de la separación.
Todo era motivo de discusión. Para Noelia, la mamá del gordito, a los barriletes se los “debía” llamar cometas. En contraposición, para Gustavo, su ex-marido y papá del gordito, a los cometas se los “debía” llamar barriletes. El gordito, que escuchaba el diálogo, no entendía el motivo de la discusión; para él se llamaban cometas, como los llamaba Judith.
Yo tengo que llevarlo al jardín, irlo a buscar, todo eso me significa guita, decía la mamá, mientras el papá resoplaba con fastidio. Escuchame Noelia, yo no puedo hacer magia; para qué te peleaste con Judith, ella te lo cuidaba por dos mangos, contraatacaba Gustavo. Mirá Judith estaba muy confundida, la madre del gordito soy yo, aparte esa pendeja es una insolente, Noelia se enfurecía. Lo que pasa es que vos no te bancás que el gordito la quiera a ella más que a vos, eso es lo que no te bancás, Gustavo sabía perfectamente que esa daga era dolorosa para Noelia. Que diseminaba esquirlas mortales en la sangre de su orgullo. Sabés qué pasa, yo laburo todo el día, que querés que me mantenga con la miseria que vos me pasás, magia todavía no sé hacer, mi vida.
El viento sostenía firme el barrilete en el cielo. El gordito le soltaba más cuerda y el hilo describía un arco, un puente cóncavo entre él y su cometa lejano. Giró su cabeza para ver si sus padres lo observaban, pero desilusionado comprobó que seguían discutiendo enfurecidos.
Y ahora te lo tiene que cuidar tu vieja, ya me la imagino, a las puteadas limpias, si hay algo que le agradezco a Dios es no verle más la trucha a esa arpía, Gustavo prendió un cigarrillo y escupió el humo inmediatamente, como si fuera su suegra. Vos me hablás de Judith, pero la dulce Judith no es todo lo santita que vos te imaginás, el novio la visita cuando ella lo cuida, ¿te parece bien eso?, el gordito me lo contó, Noelia buscaba, agrandado sus ojos, la aprobación de su ex-marido. ¿Y qué tiene de malo eso?, Gustavo no adhería a la presunta mala conducta de Judith. ¿Qué tiene de malo?, ¿Me preguntás que tiene de malo?, ¿A vos te parece que el gordito tiene que ver ese puterío?, Noelia vomitaba las palabras. Vos sos una exagerada, vos ves fantasmas en todos lados.
El gordito recordó una canción que le había enseñado Judith, la de “mi hermanito toca el piano...”, y se la puso a cantar buscando neutralizar las voces de sus padres. No quería escucharlos. Sólo deseaba escuchar a Judith. Ella nunca hablaba en voz alta, su voz era dulce, armónica. Su voz encendía luces de colores en su pequeño corazón. Y desde que su mamá no lo llevaba más a su casa, vivía extrañándola.
Enrolló el hilo en el palito y su cometa se elevó aún más en el cielo. Después empezó a tironear con fuerza, con mucha fuerza, tanta, que sintió sus pies desprenderse del suelo y la fresca caricia del viento. El griterío de la gente abajo y las voces de su mamá y de su papá se volvían remotas. Miró hacia ellos y los observó moviendo los brazos ampulosamente, con desesperación. Los ignoró y colocó sus ojos en su cometa. Al ganar altura el viento frío le helaba la cara y levantó sus pies para esquivar el inmenso tanque. Progresaba en el aire y el mundo debajo era cada vez más pequeño.
Sin embargo, desde lo alto reconoció el patio en el que jugaba con Cascote, el perro de Judith. El patio con la mesa redonda de cemento donde ella le leía los cuentos que tanto le gustaban. Que no entendía del todo, pero que le permitían escuchar su voz por un largo rato.
Cuando lo tuvo exactamente debajo de sus pies, soltó su cometa.




El 7 de mayo de 2002,
en el borde de la General Paz.