viernes, 16 de febrero de 2024

amanda

 


amanda (audiolibro)

amanda

 

Amanda ya no era Amanda. Si bien su belleza desgastada se potenciaba en su desorden, en su abandono; su ser o lo que parecía su ser, se hundía en el delirio, en el desconcierto.

   Debería comenzar este relato contando una historia de amor, que como todas las historias de amor se componen de un sinfín de sentimientos que poco tienen que ver con el amor. Porque si algo nos unió profundamente con Amanda, no fue precisamente el amor; fue nuestro idioma. Un complejo sistema de signos construido noche a noche, con la paciencia de un artesano que construye objetos sin saber qué son, pero que se deja llevar por el vértigo de sus formas.

   Palabras simples que fuimos deformando hasta convertirlas en un espacio excluyente. Elevado en el sentido menos pretencioso de la palabra, en el sentido más espiritual y etéreo. La mayoría, todas, no tenían sentido, podrían resultar absurdas, pero nos resultaba imposible no interpretarlas en la profundidad de su desconcierto. Habían sido construidas con por lo menos una silaba aportada por cada uno y cuando uno de nosotros inventaba un monosílabo, el otro le cambiaba una vocal. Con el tiempo dejaron de ser algo parecido a las palabras y se convirtieron en otra cosa, como esas metáforas sin referencia, sin similitud a nada, metáforas de sí mismas que no convocan a ningún sentido, se convirtieron en gestos primordiales sin forma, sin voluntad de imitación. Se convirtieron en el único territorio que podíamos habitar.

   Cuando se fue, cuando tuvo que irse, seguimos fuertemente unidos por nuestro idioma. Brillantes mensajes nocturnos rápidamente encontraban su par, su complemento en otra luz reflejada en ojos expectantes, ansiosos.

   Pero una noche Amanda dejó de responder mis mensajes. Durante unos meses no supe más nada de ella. La angustia me sumió en una existencia irreal. Meses infierno. Como en toda historia de amor, la lejanía potenció mi obsesión por Amanda, como nunca antes me había obsesionado con otra mujer en mi vida.

   Cuando empezaba a perder las esperanzas, alguien me envió un mensaje. Amanda había sido atropellada por un auto. Amanda había sido atropellada. La imagen de su cuerpo frágil volando por los aires continuó flotando en mis pensamientos como si nunca terminara de caer. No había sufrido daños físicos importantes, pero mucho tiempo estuvo en estado de inconsciencia. En otro lugar. Cuando volvió, no recordaba absolutamente nada. Ni un rostro ni un nombre ni nada.

    El azar nos unió y el azar nos separó. Nuestra historia de amor estuvo plagada de acontecimientos que no hacían otra cosa que alejarnos. (Sería tan aburrido contarlos que prefiero omitirlos). Sin embargo, cuando parecía que ella no volvería jamás y que yo no viajaría nunca, Amanda volvió.

    Una noche me envió un mensaje de texto diciéndome que estaba en Buenos Aires. Alguien le había hablado de mí y sintió mucha curiosidad de conocerme nuevamente. Jamás voy a encontrar las palabras para definir lo que sentí al leer ese mensaje. Inesperadamente, la vida dejaba de ser insoportable. Unos días después, nos encontramos en la rotonda de Llavallol, en el café de una estación de servicio.

 

Amanda ya no era Amanda. Sólo permanecía su belleza desorientada en sus nuevos gestos, en la inmovilidad de sus expresiones temerosas, en la nubosidad de sus ojos. Mantuvimos una charla fría, era casi imposible que ella me dedicara un segundo de su atención y que dejara de destruir sus uñas mientras le hablaba.

   Sus ojos estaban lejos. Sus ojos estaban sobre los estantes de galletitas, en las heladeras, afuera de ella misma. En el único instante que logré que dejara su mirada en mis ojos, comencé a hablarle en nuestro idioma.

   Sus ojos se derrumbaron y el espacio entre nosotros se volvió asfixiante. Con fastidio me dijo que no entendía nada de lo que estaba diciendo y que se quería ir, que se sentía mal. En realidad, a mí también todos esos vocablos inventados o lo que fueran me resultaron absurdos, como cuando uno nombra un objeto y se da cuenta que la palabra que lo define es un artefacto sin sentido.

   Amanda otra vez se escurría entre mis manos. En la desesperación intenté hablarle con las palabras más simples, con las palabras de todos, con cualquier palabra.

   Pero todos los idiomas se me habían olvidado.

 


sábado, 10 de febrero de 2024

fOLaVriL - liverpool

 



liverpool

 

en las calles de este barrio

a nadie voy a cruzar

en una lengua fantasma

ni una palabra de más

 

liverpool sin un japonés

pensamientos que son pura estupidez

 

nadie en las avenidas

y le voy a declarar

la paz a todo el mundo

a los del bien a los del mal

 

liverpool sin un japonés

pensamientos que son pura estupidez

 

recuperar tu voz

en un audio de whatsapp

el contorno de las cosas

el contorno y nada más

 

sudo y tiemblo por la noche

remanentes amarillos

son colores herramienta

los colores del hechizo

 

liverpool sin un japonés

pensamientos que son pura estupidez

 

podría ser que todo sea

lo que es en otra parte

mis otros vos tus otros yo

lo que no quiere ser nadie

 

liverpool sin un japonés

pensamientos que son pura estupidez

 

recuperar tu voz

en un audio de whatsapp

el contorno de las cosas

el contorno y nada más


escuchar fOLaVriL - liverpool