viernes, 26 de septiembre de 2008

Planetas

Aquel mediodía en que la vio por última vez, en aquella casa extraña, su mamá había hablado mucho de sus ojos, de que cada vez que la miraba, se daba cuenta de lo grandes y hermosos que eran sus ojos. ¿Qué tienen mis ojos? –preguntó Sofía. Tus ojos son como dos planetas luminosos llenos de gente –le contestó su mamá y la abrazó.
Desde ese día, siempre que alguien elogia sus ojos, Sofía se fastidia y los cierra y la gente ya no puede ver.

La Ciudad de Los Edificios Negros


Tengo mil almas
revoloteando mi cabeza
como pájaros confundidos
como noches sin estrellas.
Tengo mil besos
de gusto astringente en mi boca
aire tuyo en mi sangre
del abismo de tu alma.

La ciudad de los edificios flacos
abre sus muslos grises
y su laberinto
de espejos blancos.

Tengo mil almas
destiñendo el color de mis retinas
y una noche de candiles
reverberando tus ojos muertos.
Tengo mil voces
de los adioses para siempre
y un plano a escala
de tus caminos sin retorno.

La ciudad de los edificios negros
enciende la penumbra de sus luces
y amplifica, en silencio
la melancolía de sus perros locos.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

60 del Bajo nocturno



El viejo amagó a abrir la ventanilla, pero antes de hacerlo, se dirigió a la jovencita que se había sentado a su lado después de subir en Pueyrredón y Las Heras.
-¿Te molesta si abro un poquito?
-No, para nada -dijo la joven sonriéndole.
-Es que ando con calor, viste.
-Abrala, no me molesta para nada.
El breve diálogo y los aparatosos movimientos del viejo, provocaron alguna curiosidad en los otros pasajeros, que habían observado, atentamente y con admiración, a la agraciada jovencita obtener su boleto y tomar asiento.
-Es que me agarra como un incendio en la cara -dijo de forma risueña.
-Sería lindo sacar la cabeza como los chicos -le respondió la joven prolongando su humorada.
El viejo era flaco, de cara rojiza. Llevaba la barba semicrecida al ras de los agudos ángulos de su rostro. Era casi tan blanca como su pelo. Sus ropas gastadas y descoloridas le brindaban un aspecto desprolijo. Su cara era de otro tiempo. Sus ojos celestes y profundos parecían de otra persona.
-Seguro que sos de Géminis -dijo con contundencia.
-No, nada que ver. Soy de Aries –le replicó la joven entre risas.
-Parecías de Géminis, por lo dada, por lo espontánea –el viejo pronunció con énfasis la palabra espontánea, como si fuera una extravagancia de su vocabulario.
-No, pero soy de Aries.
El viejo carraspeó y su pecho estalló en una tos rota. Afuera, la ferocidad del tránsito rugía en ruidosos bocinazos.
-¿Estás estudiando?
-Sí, ingeniería de sistemas.
El viejo hizo un gesto de no entender.
-Todo con computadoras, todo lo que se hace con la computadora –amplió la joven tratando de hacerse entender.
-En mi época la ingeniería era para hacer puentes.
Los otros pasajeros del colectivo continuaban esforzándose por escuchar, disimuladamente, el diálogo entre el viejo de aspecto descuidado y la jovencita, que pese a sus delicados modales, demostraba una soltura que hacía que la conversación no decaiga. La abulia del viaje y el tono alto en que hablaban hacían irresistible la tentación de oírlos. Eran de dos mundos distintos. Como si una de las invisibles cuerdas con las que la noche tensaba su rutina cotidiana, imprevistamente hubiera comenzado a desafinar.
-Yo un día me voy a poner con la computadora. ¿El abecedario es el mismo que el de la máquina de escribir, no?
-Sí -dijo la joven comprendiendo rápidamente que se refería al teclado.
-Sí, un día de estos me voy a poner. Pero ahora se disparó todo, ahora ya no es como antes.
-¿Por qué?
-El modernismo -dijo el viejo pesadamente.
-Ah sí, ahora las computadoras reemplazan a los que trabajan. Eso es lo malo. La gente es reemplazada por las máquinas.
-Mirá nena, es este país no trabaja el que no quiere.
La joven lo miró con un gesto inconcluso, disintiendo.
-Yo la tuve toda y la perdí toda. Ahora me arrepiento. La joda está bien hasta cierto punto pero..., hay que joder hasta cierta edad.
-Sí porque sino después uno se acostumbra y ...
-¿Vos que edad tenés?
-19, cumplí el 23 de marzo, hace poco.
-Todavía tenés hilo en el carretel. Yo a tu edad estaba en la Marina, dos años y ocho meses estuve metido en un barco.
-¿Estuvo en las Malvinas?
-No en la Marina, en la Ma-ri-na, haciendo la conscripción, casi tres años metido en un barco.
-¡Qué barbaridad!
El viejo se tomó la barbilla con preocupación.
-Yo iba a tomarme el tren en Barrancas del Belgrano, pero llego a Córdoba y Ayacucho y ¡zas!, me encuentro con uno del bajo. No pude resistir la tentación. Este me deja a tres cuadras, el tren a doce. Yo voy a Punta Chica, soy cuidador de una propiedad, pero ahí no hay nada, te falta yerba te falta azúcar y no tenés donde comprar, no hay almacenes, hay que ir al Coto, pero está lejos, a quince cuadras está. Aparte estoy con los paquetes, compré mercadería. Compré yerba, azúcar, arroz, fideos y un montón de estupideces y me olvidé el detergente y la lavandina. Es para limpiar, porque yo soy solo, para limpiar la ropa. Es jodido estar solo, vos dejás todo pata pa’ arriba y así lo encontrás cuando volvés.
-Dígamelo a mí.
-¿Vivís sola?
La furtiva audiencia, ante la pregunta, no pudo dejar de agudizar ansiosamente su audición, convencidos de que el viejo se lanzaba irracionalmente en un ataque kamikaze.
-Con mi papá, pero él trabaja todo el día.
-Antes no hacía falta laburar tanto. Vos no tenías para ir a milonguear y alguien siempre te daba. Era todo distinto antes. Los cafés, los bares, la milonga estaban así (haciendo un gesto con sus dedos juntos) de llenos. Era todo distinto. Pero ahora están todos medio piantados.
-Y la droga, muchos chicos de mi edad se drogan y no saben lo que hacen. Tienen problemas que resuelven de esa manera.
-Mirá querida, problemas hubo siempre. Yo estuve en todas las jodas. No me casé por estar con mi viejo. Era un fenómeno el gallego. Nosotros nos íbamos de joda juntos y eso que mi hermano era el favorito, pero yo andaba siempre con él. ¿Vos no te aburrís con el jovato?
-No, mi papá es un genio, nos llevamos re-bien. Somos re-compinches. Dicen que los hijos varones son más pegados a la madre y las mujeres al padre.
-Puede que sí. ¿Y con tu mamá como te llevás?
-Mi mamá murió, hace como dos años -dijo la joven sin conmoverse, como quien relata un hecho natural.
-¿Por dónde vivís?
-Por Saavedra.
-Yo tengo una prima que vive en Deheza entre San Isidro y Cabildo.
-Ah... Yo de calles no conozco nada.
-Yo sí, yo las calles me las conozco todas. ¿Estás de novia?
-Sí, hace un año y siete meses. Hace un montón.
-Eh no tanto. Para conocer a la gente hace falta más tiempo. Aunque lo que vale es el primer golpe de vista.
-Y para la edad que tengo es un montón.
El colectivo arribaba a las Barrancas de Belgrano. Muchos pasajeros se bajaron con la frustración de no poder seguir escuchándolos.
-Ves, acá tendría que haberme bajado yo, pero el 60 del bajo es una tentación. Tardás más, pero son nueve cuadras menos. Y estoy con la mercadería. Este (por el colectivo), si anda a esta hora es por los curas de San Isidro, por los clubes de los ricachones, sino no viene ni a palos. Yo siempre vuelvo más tarde, pero hoy estoy con la mercadería.
-Y peor ahora que las cosas aumentan a cada rato.
-Es que la gente se había acostumbrado a comprar muchas porquerías. Sino, de qué viven los supermercados, del pan y de la leche, ¡vamos! La gente quiere chupar y vivir bien. El otro día, por acá el colectivo se llenó de pibes tomando cerveza, iban a bailar cerca del puente.
-Sí, se llena ahí.
-Vienen los negros del Fantástico. ¿Vos vas a bailar con tu novio?
-Sí, pero por el centro. El vive en San Cristóbal.
-Y me imagino que te acompaña.
-No, yo no lo dejo. Tiene que gastar el doble y ¿a qué hora llega a su casa?
-Yo cuando tenía una novia la acompañaba hasta la casa, en Ituzaingo vivía y me volvía a Almagro donde yo vivía, nena. Y antes no había tantos colectivos como ahora, no te das una idea de las cuadras que me caminaba.
-Los tiempos cambiaron –concluyó la joven.
El viejo miró por la ventanilla. La noche desparramaba generosa su guirnalda de luces. La avenida administraba la intensidad de sus brillos.
-Me bajaría en lo de mi prima, pero si le caigo a esta hora a la gallega, me mata. Además estoy con la mercadería. A todo esto, ¿qué hora es?
-Deben ser como las once.
Al cruzar el Puente Saavedra la joven se puso de pie.
-Bueno hasta luego, que le vaya bien.
-Chau querida.
Los que estaban detrás aprovecharon para observar nuevamente el rostro de la joven. En la esquina de Maipú y Agustín Álvarez se bajó. El viejo giró levemente el cuerpo en el asiento y se encontró con los ojos de un joven que lo escrutó con mirada cómplice.
-Se le escapó la palomita –dijo riendo.
El viejo lo miró con un leve desdén, ignorando la humorada y se puso serio. El celeste de sus ojos se tiznó de un maravilloso brillo, como si sus retinas fueran de la misma sustancia del cielo.
Finalmente, saliendo de un breve ensimismamiento, le dijo:
-No nene, esa piba es mi vieja. Mi vieja murió cuando yo nací, tenía 19 años la pobrecita, y siempre me busca para charlar un rato. Hace cuarenta años que me encuentra, así, en la calle, detrás de la cara de cualquier mocosa. La vieja es la única que nunca te abandona.
El pibe levantó las cejas y avergonzado le hizo una mueca agria, que una invisible escarcha le congeló en su boca. Después clavó sus ojos en la ventanilla, mirando sin ver la noche que afuera el colectivo iba dejando en el camino. Los otros, los que atentamente habían permanecido escuchando, también, como ocultándose a sí mismos su complicidad.
El viejo sacó un cigarrillo del bolsillo de la camisa y en voz alta le pidió permiso al chofer para fumar.

Un pájaro


El camionero gordo apuró el vaso de cerveza, hipnotizando su mirada en un camión que se deslizaba silencioso por la ruta 7. Cuando hablaban de sus apariciones y se extraviaba unos instantes en sus pensamientos, el mundo se le soltaba como un globo sin rumbo. Su aspereza natural se corrompía de una poesía sin letra y sin forma, que vertiginosamente le ganaba la sangre.
Y de repente, el camión lejano y silencioso alcanzaba el cruce y se volvía de juguete; una gran maqueta recreando un mundo extraño. Un gran juego, desproporcionado y absurdo. Ir y venir eternamente, ir y venir como la misma cosa; el final de un viaje, el principio de otro. Un camino circular uniendo el kilómetro 0 y el destino final.
Y alterando el monótono tapiz de pavimento y rayas blancas entrecortadas, los infinitos enigmas de su aparición. Caprichosa, fugaz; inexplicable y maravillosa. Un luminoso pájaro escurridizo. Y a pesar de que todo aquél que hablara de sus apariciones era acusado de fabulador, y que esa acusación también recaía sobre él, sus relatos eran escuchados con mucho respeto, porque eran distintos.
-La 38 es su ruta favorita, a mucho se les apareció como a mí, uno kilómetro pasando el control policial. Ahí fue donde aquella guelta clavé las guampas y me bajé del camión. Se quedó uno minuto delante mío, como si me hubiera estado esperando...
El otro camionero, que en su antebrazo lucía un colorido tatuaje de la Virgen de Luján, también desparramaba su teoría.
-Sin embargo en Tucumán, en muchos pueblos, le dicen El Pájaro de la 157. Yo la última vé que vi su aparición, fue cerca de La Cocha.
-Es que en mucho lugare dicen que les pertenece. Nadie sabe bien que e.’ En La Rioja le dicen El Pájaro de la 38, en Jujuy La Luciernaga de la 1. Fue el loco Cosentino, que ahora está manejando un Bedford cañero, el que le encajó ese nombre. A él se le apareció en la 1, cerca del Ingenio La Mendieta, se le apareció de noche se le apareció. El loco quedó loco del todo, lo ojo le quedaron como dos pelotas –el gordo terminó de hablar y estiró su voluminoso brazo para llenar nuevamente los vasos.
-Y entonces es de todas las rutas del norte.
-Sí, debe ser así nomá, porque por el sur no lo juna nadie. Mirá vó que yo do por tré ando por Bahía Blanca, por Viedma y nada, nadie sabe nada. Ni noticias de sus apariciones.
El sol azotaba sin piedad el interminable playón de tierra de la estación de servicio. Los dos camioneros reposaban despreocupados bajo un toldito del parador abandonado, punto de encuentro obligado cuando coincidían en el laberinto de sus destinos. Allí permanecían largas horas, lejos de los surtidores, contemplando la rutina del cruce de rutas. Desde los baños, el sonido latoso de una radio les llegaba a oleadas. Una voz indefinida que desbordaba los silencios. La tarde primeriza, empantanada en el tiempo, se aquietaba en el calor, como si las agujas del reloj se hubieran detenido al sentarse en la pequeña y oxidada mesa redonda.
-Che ¿Y qué será?, ¿Será colifa?, ¿Qué será...? ¿Será un fantasma? ¿A vó que te pareció gordo?, vó que decí que estuviste ahícito nomá.
-No creo que sea algo humano como nosotro. Yo conozco muy bien a los humano, yo anduve por todos lados y nunca vi a nadie con esa luminosida. Es un pájaro, un hermoso pájaro mágico. Nunca me voy a olvidar de aquella guelta, aquella tarde en la 38. Se quedó junto al camión, sin moverse, y me miró con sus ojos brillante. Habrán sido uno segundo, uno minuto yo qué sé. Pero me miró fijo, ¡eran ojos de pájaro!, pero te cegaba de mirar y luego se desapareció como por arte de magia, como pechao por un fantasma. Todas la jotra veces, se piantaba al detener el camión, pero esa vé no, esa vé no. Esa vé fue como si me hubiera estado esperando.
El gordo hizo silencio y encendió con ansiedad un cigarrillo. Cada vez que relataba aquel suceso del cual lo separaban tres años, su corazón se estremecía profundamente. Era su íntimo orgullo que lo haya elegido, que le haya dedicado unos instantes más que a los demás. El del tatuaje lo escuchaba con atención, mas allá de las suspicacias, siempre disfrutaba escuchar la historia tantas veces narrada por el gordo Norberto. Al rato llegó Darío, un camionero de Ramallo con el que muchas veces coincidían en esa estación de servicio en las afueras de Laboulaye. Traía un reporte de una nueva aparición. Cuando alguien llegaba, lo primero era actualizar el mapa de sus apariciones. En esta oportunidad había sido avistada por la ruta 19, cerca de una localidad llamada El Tío. El camionero gordo puso en duda la versión, ésa no es de sus rutas, dijo con autoridad. Al cabo de un rato, abrieron otra cerveza y derivaron sobre otros temas.
Mientras observaban pachorrientos el cruce, divisaron una extraña camioneta negra que ensayó una maniobra caprichosa y bajó de la ruta 7. Sin titubear se encaminó hacia ellos. Era una lúgubre ambulancia fúnebre, que se detuvo casi en la entrada de los baños. Inmediatamente descendieron dos hombres de traje negro, desaliñados, uno era petiso y morochito y el otro rubio, muy alto y espigado.
-Señor Norberto Menéndez –el más alto se dirigió directamente al camionero gordo como si lo conociera. Hablaba con un marcado acento extranjero.
Sorprendido de ser llamado por su nombre, el camionero gordo se puso de pie y lo escrutó con desconfianza.
-Sí, soy yo.
El larguirucho le extendió la mano y se la estrechó con fuerza.
-Andrew Vancouver.
Luego se presentó el petisito.
-Víctor Bobadilla.
Ambos saludaron con un gesto amigable a los otros dos camioneros.
-Mire amigo Menéndez, nosotros tenemos que cumplimentar un trámite para abandonar estas rutas para siempre y necesitamos de usted.
El acento del larguirucho dificultaba bastante la comprensión de sus palabras.
-¿A mí?, ¿por qué? –nerviosamente miró a sus dos amigos con la intención de que compartieran el absurdo.
-Mire amigo voy a explicarle. Nosotros somos integrantes de Los Custodios de La Ilusión, y desde hace un tiempo estamos cuidando su influjo en estas rutas de Norte Argentino. Eso, je, que ustedes acostumbran llamar El Pájaro. Oh sí, un hermoso nombre. Nuestra organización es milenaria y tan sólo debe vela por las ilusiones creadas por las personas y todo lo que su mágica esencia genera en sus corazones. Mucho más en gente de trabajo solitario, como el de ustedes. La ilusión es algo real amigos y nosotros la custodiamos. Nuestra organización está en todo mundo. Yo soy de Escocia, mi abuelo fue primero en mi familia que integró esta organización, él custodió la ilusión de monstruo de lago Ness. Mi compañero Víctor es de Paraguay.
-De Luque –aclaró con orgullo el petiso.
-Pero hemos fallado, lamentablemente no pudimos controlar todo y un loco le disparó con una carabina en la ruta 157, cerca de Leales.
Los tres camioneros lo miraron incrédulos, pero el larguirucho continuó rápidamente con su relato.
-En esta ambulancia viajan sus despojos. A nosotros nos espera castigo, el que recibiremos con alegría, como una prueba de fortaleza para nuestros espíritus. Nos espera la Siberia Nororiental, allí custodiaremos su ánima, que se convertirá en el alma helada de frío más frío de mundo. Se amalgamará con la nieve, para sembrar la ilusión de solitarios habitantes de polo de frío. De Ojmiakón, de Jakutsk, de Verkoyansk. Remotos lugares, gélidas llanuras. Ojmiakón es el verdadero polo de frío. Allí yacen intactos monstruos extinguidos hace milenios. Seremos los custodios de lago Labankür, que encierra un terror sin rostro, un terror absoluto. Allí velaremos por la ilusión de pastores de Ártico, pastores de renos que transitan colinas rosadas y nieves celestes, bajo un sol anaranjado y tímido. Nos habíamos encariñado con estas cálidas rutas de norte argentino, con su gente, pero...
El camionero gordo, aturdido de semejante delirio, escupió su reacción largamente contenida.
-Disculpen muchachos, están chupados o les pegó el sol del mediodía de lleno en la zabiola.
-Menéndez, Menéndez, no oculte su luz, usted y nosotros sabemos perfectamente que usted fue el elegido. El elegido, Menéndez. (El extranjero estiraba obsesivamente el apellido Menéndez). Sólo le pedimos que reconozca cadáver. Así lo pidió. Fue su última voluntad.
-¿Lo pidió?, pero...
El camionero gordo sintió que era reivindicado por los dos locos. Y eso le provocó un reconfortante orgullo, que sobre lo absurdo de la situación, atenuó su burla hacia los extraños visitantes. En el último de los casos, tres locos diciendo lo mismo resultaban más convincentes que uno. Los otros camioneros, también consternados, lo animaron con los ojos para que accediera al pedido. En sus miradas se licuaban sin control el absurdo, la curiosidad y la tristeza.
La tristeza, sobre todo la tristeza.
-Venga Menéndez, es sólo un segundo.
Tímidamente los acompañó hasta la ambulancia fúnebre. El paraguayo abrió la puerta trasera del vehículo y ante sus ojos apareció su armónica figura; ya sin vida, pero aún irradiando su enigmática belleza.
Una sensación confusa paralizó su cuerpo, recreando en su mente aquel instante maravilloso de su aparición.
El larguirucho, con extrema delicadeza, quitó de su rostro una especie de máscara y se retiró con los otros. Norberto se quedó solo ante su imagen durante algunos segundos. Al cabo de estos, el larguirucho regresó, cubrió el cadáver con una sábana y le entregó la máscara. El camionero gordo la aferró entre sus manos. Entre los tres hombres se interpuso un silencio infinito.
Se despidieron. La ambulancia fúnebre se alejó velozmente por el playón, levantando polvo y escondiéndola de sus ojos ávidos de verla marcharse. Luego trepó la cinta asfáltica y se alejó por la ruta 7 hacia el sur.
Los dos camioneros lo rodearon con ansiedad. El camionero gordo colocó la máscara sobre sus manos regordetas y la exhibió como si fuera un pájaro muerto. Los tres la observaron fijamente, con los ojos descoloridos.
-¿Cómo era, Gordo?, ¿Cómo era?
El camionero gordo pestañeó, espantando la niebla que confundía su mirada y un repentino brillo coloreó nuevamente sus ojos.
Desde su boca, las palabras emergieron como ángeles:
-Era como una mujer, igual a una mujer.