Este es un texto sobre la novela Que pase algo pronto de
Agustina Espasandín editada por Editorial Sigilo en 2024 en las que las propias
palabras de la novela intentan hablar sobre sí misma.
La música propia
La protagonista
narradora de esta novela va a una exposición y lee en esas letras blancas
ganchudas de velorio que se incrustan en paño negro la siguiente frase: HOY NO
HICE NADA y en otra sala, en lo alto de una tribuna pequeña y en letras de neón,
otro cartel: ESPERO QUE PASE ALGO PRONTO.
Algo en ella se
movió. Algo empieza a pasar silenciosamente.
Ella se aleja,
deja su trabajo, su mundo, es asistente de dirección en producciones
audiovisuales y decide abandonarse a la nada, a eso que sucede cuando dejamos
de hacer todo lo que tenemos que hacer.
Y en la “nada”
aparecen otras cosas, algo que la velocidad de la rutina nos impide ver, de la
que inconscientemente nos alejamos y que nos vuelve seres-zombies que creemos
ser eternos. En el radar de esta chica todavía más cerca a la vida, aparecen la
muerte, la quietud, los pájaros carroñeros y sus distintas alcurnias.
Pero la idea es
dejarse estar, dejarlo ser y que las cosas se muevan en su propia música.
Y ella filma
desde su terraza la quietud de otro balcón, de un balcón “peligroso” que es su
vista, lo filma metódica y periódicamente como intentando atrapar lo que se
mueve en la nada.
¿No hay un dios
que desaparece automáticamente si se lo toca demasiado?
Es una pregunta
que extrae de los papeles de una amiga y que son las palabras de arranque a
cada una de estas filmaciones de la nada. Como avisando que hay cosas que
escapan a la razón, a la articulación y que solo son si se las deja ser por sí
mismas pueden existir. Si vas a creer en dios, no lo racionalices, simplemente
tenele fe, si lo manipulás en tus neuronas, simplemente desaparece. Porque hay
cosas que no necesitan la razón, simplemente suceden hacia su interior, en su
inmanencia, como la poesía en las que las palabras se niegan a significar lo
que tienen que significar y comienzan su aventura propia de sentido.
Su nuevo amigo
en este mundo nuevo, un sepulturero del cementerio de la Chacarita
le dijo que si hay algo que se aprende rápido en ese oficio es a callar cuando
no hay nada que decir.
Porque la muerte
es una voz tirana a la que no se le puede contestar y tiene siempre la última
palabra.
Tu dolor es amor
transformándose en mundo.
Y entonces la
lluvia que limpia e inunda. La lluvia como un murmullo que va creciendo, como
millones de papelitos crepitando en un fuego suave. Ella se pregunta: ¿cómo
hacer para que llueva todo el tiempo? No llueve, es ella quien hace llover
Y piensa a las
gotas de lluvia como una muestra gratis de milagro.
Quién quisiera
detener la lluvia y los truenos que son esa montaña espiritual que se renueva
cada vez que llueve. Barre la mugre y da paso a lo limpio y cristalino.
Quién no quiere
oler el petricor, la bacteria con nombre de pájaro o flor que las gotas activan
en la tierra y perfuma de mundo los pulmones.
La lluvia barre
el tiempo innecesario y nos deja ver nuestra partícula elemental que como los
dioses desaparece automáticamente si se la toca demasiado.
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