sábado, 25 de mayo de 2024

suburbio

 

suburbio en un textode daniel delfino que pertenece a las esferas

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suburbio

Ella me dijo: una noche me tiré desde un séptimo piso y una mano me atajó. No hay nada imposible para el Señor. Dios y el demonio combaten en almas impuras como la mía. En esta pieza, hay noches que siento respiraciones, ruidos extraños. Siento que me manosean. Por eso quiero que te quedes conmigo Yan, ¿entendés? No tengo ninguna duda: sos la enviada, yo misma. Tu belleza, tu luminosa belleza va ahuyentar los espíritus del mal que han oscurecido mi existencia.

   Beatriz hablaba sin parar, como una loca, yo no sabía qué decirle. Realmente no sabía qué decirle.

   En esta habitación se tuvo que haber cometido un crimen horrible (se refería a la habitación del hotel en el que vivía, yo había llegado ahí porque ella escuchó cuando el dueño me dijo que no tenía lugar). De eso estoy segura repetía. Hay un alma que está penando, ¿entendés? Algo horrible debe haber sucedido en estas cuatro paredes. Estas paredes lo vieron todo, todo. Por eso prendo la vela roja, para que el espíritu vea luz. Yo durante un tiempo estuve muy confundida, practicaba ayuno negro y esas cosas pesadas, muy pesadas. Varias veces lo hice para maldecir a la que me envió a este sendero de espinas. A veces se me aparece, con cara de cactus, horrible, es malvada, muy malvada. Esto es demasiado para mí. Yo igual que vos, soy pibita. Pero ahora, con tu belleza –hizo una pausa y sus ojos se iluminaron, como si tuvieran otro color y agregó– se va aquietar, sí se va a aquietar.

   Cuando le decía de dónde había sacado esas locuras, ella me decía: Shh..., no digas eso. No lo provoques. Yo oro mucho. Orando mucho lo detengo, pero jamás lo provoco. Yo ya soy un ángel; he logrado la fortaleza espiritual de un ángel. Aún cuando mi vida sea tormentosa. Aún cuando deba soportar el agobio de estos espíritus. Todos nacemos con una misión en la vida.

   Me puse de pié, quería irme, era mejor estar en la calle que estar ahí en la pieza de ese hotel, ella me asustaba más que cualquier cosa que pudiera pasarme afuera.

   Pero Beatriz se puso pálida, como si hubiera dejado de respirar. Sus ojos se pusieron blancos. La zamarreé con desesperación. Los colores retornaron a su rostro.

   No te preocupes, me dijo, es un lapsus. Sólo te pido que salves mi alma. Sólo eso te pido. Ayudame a terminar de una vez por todas con este calvario. Tu sexo es redentor. Tu deseado sexo es el único redentor para mí. Sólo eso te pido. Yo tengo que mutar y Él me va a recibir en su seno, como a un ángel obediente.

   La vela se apagó. Beatriz rápidamente volvió a encenderla.

   Él quiere estar con vos, y vos debés salvarme. Para eso estamos en el mundo, para salvar al prójimo. Para recrear el Reino de Dios en esta tierra maldita de demonios. Yo soy un ángel, no me tengas miedo. Tenés que continuar mi camino, el camino que yo no puedo recorrer. Y no me tengas miedo, por favor no me tengas miedo. Al único al que debemos temerle es al Espíritu Supremo. Yo hago todo para liberarme de las fuerzas malignas que me avivaron, para ser blanca, para que Él me reciba en sus brazos. Me lavé la cabeza con yuyo, con malva, ¿sabés lo qué es eso? Después hay tres días en los que tenés que esconderte del sol. Eso te quita los espíritus de muerte, los repugnantes espíritus malignos de la noche más profunda. Pero, Él me quiere a su lado y vos sos la enviada. Apenas te vi lo supe. Él pone las certezas en mi alma.

   Le pedí que me dejara salir. Qué me diera la llave.

   La cara de Beatriz se puso blanca otra vez, parecía muerta. Con terror observé que su imagen se agigantaba. Se volvía enorme. No sé de dónde salían manos, salían manos que me manoseaban el cuerpo. No podía gritar, como si una de esas garras fantasmales me cubriera la boca. La imagen de Beatriz se teñía de un color bordó. Su figura continuaba agigantándose. Lanzó un grito: Él está poseyéndote. Ahora, cuando te escapes de acá, puta de mierda, el mundo afuera no va ser el mundo, va a ser el infierno. ¿Entendés puta de mierda? Él ya te poseyó.

   Con todas mis fuerzas, con las fuerzas que me quedaban empujé la figura deformada de Beatriz. Desde su bolsillo cayó un manojo de llaves. Las agarré del piso con desesperación, mientras el cuerpo agigantado de Beatriz continuaba elevándose hasta golpearse contra el techo como un animal torpe y asustado. Abrí la puerta y empecé a correr con desesperación. Los pasillos oscuros del hotel eran terroríficos, solitarios, como si no viviera nadie en ese hotel. Rápidamente encontré la puerta de salida.

    En la esquina más cercana vi las luces de una avenida por la que pasaban autos a toda velocidad. Los autos eran luces a toda velocidad. Empecé a correr hacia esas luces. Pero a los pocos metros tuve la necesidad de mirar hacia el hotel. Y lo que vi fue impresionante. Desde la ventana de la habitación de Beatriz salió una luz rojiza, parecía un vómito de sangre que salpicaba los árboles. Tuve tanto miedo que no pude mirar más y empecé a correr otra vez hacia la avenida.

   Al llegar a las luces me detuve. No sabía hacia dónde seguir. Un auto pegó una frenada. Desde adentro del auto unos tipos empezaron a gritarme… groserías me gritaban, groserías horribles. Cosas muy feas, cosas horribles. Se bajaron del auto y si bien traté de escapar, me encerraron, me corrían como si fuera una animal y empezaron a manosearme. Sus cuerpos olían a vino, a transpiración. No tenía más fuerzas, uno ya me estaba arrancando la bombacha cuando se escuchó un grito que los detuvo. Era la voz de Beatriz emergiendo desde la oscuridad.

   Dejenlá hijos de puta, sueltenlá, gritaba.

   Su grito los detuvo. La figura de Beatriz, que volvía a ser menuda, se volvió poderosa. Sentí un gran alivio al verla otra vez. Otra vez, de su tamaño normal. Los tipos dudaron unos segundos y se lanzaron sobre ella. Luego de varios forcejeos la inmovilizaron y la metieron en el auto. Yo intenté escapar pero me agarraron y también me metieron en el auto.

   Arrancaron.

   En el interior de ese auto el olor a vino era insoportable. La música estaba muy fuerte, aturdía. Uno de ellos, sobreponiéndose al barullo infernal, dijo a los gritos: ¿y con el monstruito éste que hacemos? La puta que los parió para qué mierda trajeron a este monstruo. Nos volteábamos a la gatita y listo. Así hablaban, así hablaban.

   Beatriz, que no se rendía, intentó golpear al que estaba a su lado, pero inmediatamente el que viajaba en el asiento del acompañante le pegó con un revolver en la cabeza. Comenzó a sangrar hasta desvanecerse.

   —¡La mataste idiota, la mataste! —gritó el que estaba al lado mío mientras me abrazaba con violencia.

   —¡Qué la voy a matar! —gritó el que me tenía agarrada. Los monstruos estos nunca mueren, dijo y se mataron de la risa.

   Con un par de cachetadas intentaron reanimarla, pero la cabeza de Beatriz se derrumbó sobre mi hombro.

   Gritaban: hay que tirarla en algún lado, la puta que los parió por este monstruo vamos a ir todos en cana.

   Me di cuenta que nos estábamos alejando de la ciudad; las luces que se veían en la ventanilla eran cada vez menos y todo era oscuridad. El que manejaba hacia maniobras nerviosas y nos metimos por un camino que salía de la ruta, o lo que fuera que íbamos.

   —¿Y con ésta qué hacemos? —dijo uno de ellos, era horrible escucharlos. Era un infierno escucharlos.

   —La co…—perdón pastor— la violamos y la matamos también. Si la dejamos viva nos manda en cana. Tiene cara de cantarina la pendeja.

   El que me tenía agarrada me dio un beso en los labios. Me arrancó la remera y me apretó los pechos con brutalidad.

   —Pará, paremos en algún lado. No seas angurriento —le dijo el que manejaba.

   Paramos en un descampado. Abrieron la puerta y tiraron con desprecio el cuerpo de Beatriz y después me hicieron bajar del auto. El que le había pegado con la pistola a Beatriz, al bajar del auto tropezó y el arma cayó junto a mis pies y la tomé con mi mano.

   Juró por Dios que no pensé hacerlo pero cuando se abalanzaron sobre mí, disparé. El estruendo me hizo temblar todo el cuerpo, nunca voy a olvidarme de ese ruido infernal. Uno de los tipos se derrumbó en el piso. Volví a disparar. Los otros tres, al ver a su compañero caído, inmediatamente acudieron en su auxilio. Sin control sobre mí misma, volví a apretar el gatillo. Le di a otro de los tipos. Los otros dos salieron corriendo hacia el auto, me rogaban que no les dispare y se escaparon.

   Sentía el frío en la cara y el ruido del motor alejándose. En el aire todavía se escuchaba el eco del último tiro, al menos yo lo escuchaba. Un frío me corrió por todo el cuerpo, me quedé congelada. La oscuridad no me dejaba ver los cuerpos, no quería mirarlos, era todo horrible. Tenía todavía el revólver en mi mano. Lo solté aterrorizada. A tientas encontré el cuerpo de Beatriz, que había quedado de espaldas, con su boca mordiendo la tierra, como si intentara cavar su propia tumba con los dientes. Como pude la di vuelta: tenía los ojos abiertos, la mirada muerta y suplicante. La zamarreé varias veces, pero Beatriz no reaccionaba. Con desesperación me puse a correr.

   Corrí y corrí a ciegas en medio de la nada. Hasta que no pude más y me caí. Esa noche no tenía final, no me podía escapar de esa noche.

   Cuando abrí los ojos me encontré con la cara de una nena. Una nena que sonreía. Ya era de día. La nena me ayudó a pararme. Sin dejar de sonreír me entregó un caramelo. Sus ojos tenían un color brillante, brillante como el cielo. Me agarró la mano y empezó a caminar. A lo lejos se veían algunas casas. Caminamos en esa dirección.

   —¿Te gustan los caramelos de frutilla? Tengo más si querés —me dijo la nena mientras escarbaba el bolsillo de su camperita.

   Llegamos a una casa, en la que había una mujer. Era la mamá de la nena. Al verme sus ojos brillaron aun más que los de la nena. Sentí que estaba a salvo.

   —Era hora qué llegaras, me dijo la mujer con alegría. Estás de nuevo en casa, el infierno ya terminó.

   Me abrazó.

   —Ya no importa, mi hijita, ya todo pasó. Ya nadie te va a hacer daño. Ahora sos hermosa.

   La mujer me sirvió un café con leche y me tomó de la mano y me llamó Beatriz.


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