suburbio en un textode daniel delfino que pertenece a las esferas
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suburbio
Ella
me dijo: una noche me tiré desde un séptimo piso y una mano me atajó. No hay nada
imposible para el Señor. Dios y el demonio combaten en almas impuras como la
mía. En esta pieza, hay noches que siento respiraciones, ruidos extraños.
Siento que me manosean. Por eso quiero que te quedes conmigo Yan, ¿entendés? No
tengo ninguna duda: sos la enviada, yo misma. Tu belleza, tu luminosa belleza
va ahuyentar los espíritus del mal que han oscurecido mi existencia.
Beatriz hablaba sin parar, como una loca, yo
no sabía qué decirle. Realmente no sabía qué decirle.
En esta habitación se tuvo que haber
cometido un crimen horrible (se refería a la habitación del hotel en el que
vivía, yo había llegado ahí porque ella escuchó cuando el dueño me dijo que no
tenía lugar). De eso estoy segura repetía. Hay un alma que está penando,
¿entendés? Algo horrible debe haber sucedido en estas cuatro paredes. Estas paredes
lo vieron todo, todo. Por eso prendo la vela roja, para que el espíritu vea
luz. Yo durante un tiempo estuve muy confundida, practicaba ayuno negro y esas
cosas pesadas, muy pesadas. Varias veces lo hice para maldecir a la que me
envió a este sendero de espinas. A veces se me aparece, con cara de cactus,
horrible, es malvada, muy malvada. Esto es demasiado para mí. Yo igual que vos,
soy pibita. Pero ahora, con tu belleza –hizo una pausa y sus ojos se
iluminaron, como si tuvieran otro color y agregó– se va aquietar, sí se va a
aquietar.
Cuando le decía de dónde había sacado esas
locuras, ella me decía: Shh..., no digas eso. No lo provoques. Yo oro mucho.
Orando mucho lo detengo, pero jamás lo provoco. Yo ya soy un ángel; he logrado
la fortaleza espiritual de un ángel. Aún cuando mi vida sea tormentosa. Aún
cuando deba soportar el agobio de estos espíritus. Todos nacemos con una misión
en la vida.
Me puse de pié, quería irme, era mejor estar
en la calle que estar ahí en la pieza de ese hotel, ella me asustaba más que
cualquier cosa que pudiera pasarme afuera.
Pero Beatriz se puso pálida, como si hubiera
dejado de respirar. Sus ojos se pusieron blancos. La zamarreé con
desesperación. Los colores retornaron a su rostro.
No te preocupes, me dijo, es un lapsus. Sólo
te pido que salves mi alma. Sólo eso te pido. Ayudame a terminar de una vez por
todas con este calvario. Tu sexo es redentor. Tu deseado sexo es el único
redentor para mí. Sólo eso te pido. Yo tengo que mutar y Él me va a recibir en
su seno, como a un ángel obediente.
La vela se apagó. Beatriz rápidamente volvió
a encenderla.
Él quiere estar con vos, y vos debés
salvarme. Para eso estamos en el mundo, para salvar al prójimo. Para recrear el
Reino de Dios en esta tierra maldita de demonios. Yo soy un ángel, no me tengas
miedo. Tenés que continuar mi camino, el camino que yo no puedo recorrer. Y no
me tengas miedo, por favor no me tengas miedo. Al único al que debemos temerle
es al Espíritu Supremo. Yo hago todo para liberarme de las fuerzas malignas que
me avivaron, para ser blanca, para que Él me reciba en sus brazos. Me lavé la
cabeza con yuyo, con malva, ¿sabés lo qué es eso? Después hay tres días en los
que tenés que esconderte del sol. Eso te quita los espíritus de muerte, los repugnantes
espíritus malignos de la noche más profunda. Pero, Él me quiere a su lado y vos
sos la enviada. Apenas te vi lo supe. Él pone las certezas en mi alma.
Le pedí que me dejara salir. Qué me diera la
llave.
La cara de Beatriz se puso blanca otra vez,
parecía muerta. Con terror observé que su imagen se agigantaba. Se volvía enorme.
No sé de dónde salían manos, salían manos que me manoseaban el cuerpo. No podía
gritar, como si una de esas garras fantasmales me cubriera la boca. La imagen
de Beatriz se teñía de un color bordó. Su figura continuaba agigantándose.
Lanzó un grito: Él está poseyéndote. Ahora, cuando te escapes de acá, puta de
mierda, el mundo afuera no va ser el mundo, va a ser el infierno. ¿Entendés
puta de mierda? Él ya te poseyó.
Con todas mis fuerzas, con las fuerzas que
me quedaban empujé la figura deformada de Beatriz. Desde su bolsillo cayó un
manojo de llaves. Las agarré del piso con desesperación, mientras el cuerpo
agigantado de Beatriz continuaba elevándose hasta golpearse contra el techo
como un animal torpe y asustado. Abrí la puerta y empecé a correr con
desesperación. Los pasillos oscuros del hotel eran terroríficos, solitarios,
como si no viviera nadie en ese hotel. Rápidamente encontré la puerta de
salida.
En la esquina más cercana vi las luces de
una avenida por la que pasaban autos a toda velocidad. Los autos eran luces a
toda velocidad. Empecé a correr hacia esas luces. Pero a los pocos metros tuve
la necesidad de mirar hacia el hotel. Y lo que vi fue impresionante. Desde la
ventana de la habitación de Beatriz salió una luz rojiza, parecía un vómito de
sangre que salpicaba los árboles. Tuve tanto miedo que no pude mirar más y
empecé a correr otra vez hacia la avenida.
Al llegar a las luces me detuve. No sabía hacia
dónde seguir. Un auto pegó una frenada. Desde adentro del auto unos tipos
empezaron a gritarme… groserías me gritaban, groserías horribles. Cosas muy
feas, cosas horribles. Se bajaron del auto y si bien traté de escapar, me
encerraron, me corrían como si fuera una animal y empezaron a manosearme. Sus
cuerpos olían a vino, a transpiración. No tenía más fuerzas, uno ya me estaba arrancando
la bombacha cuando se escuchó un grito que los detuvo. Era la voz de Beatriz
emergiendo desde la oscuridad.
Dejenlá hijos de puta, sueltenlá, gritaba.
Su grito los detuvo. La figura de Beatriz,
que volvía a ser menuda, se volvió poderosa. Sentí un gran alivio al verla otra
vez. Otra vez, de su tamaño normal. Los tipos dudaron unos segundos y se
lanzaron sobre ella. Luego de varios forcejeos la inmovilizaron y la metieron
en el auto. Yo intenté escapar pero me agarraron y también me metieron en el
auto.
Arrancaron.
En el interior de ese auto el olor a vino
era insoportable. La música estaba muy fuerte, aturdía. Uno de ellos,
sobreponiéndose al barullo infernal, dijo a los gritos: ¿y con el monstruito
éste que hacemos? La puta que los parió para qué mierda trajeron a este
monstruo. Nos volteábamos a la gatita y listo. Así hablaban, así hablaban.
Beatriz, que no se rendía, intentó golpear
al que estaba a su lado, pero inmediatamente el que viajaba en el asiento del
acompañante le pegó con un revolver en la cabeza. Comenzó a sangrar hasta
desvanecerse.
—¡La mataste idiota, la mataste! —gritó el
que estaba al lado mío mientras me abrazaba con violencia.
—¡Qué la voy a matar! —gritó el que me tenía
agarrada. Los monstruos estos nunca mueren, dijo y se mataron de la risa.
Con un par de cachetadas intentaron
reanimarla, pero la cabeza de Beatriz se derrumbó sobre mi hombro.
Gritaban:
hay que tirarla en algún lado, la puta que los parió por este monstruo vamos a
ir todos en cana.
Me di cuenta que nos estábamos alejando de
la ciudad; las luces que se veían en la ventanilla eran cada vez menos y todo
era oscuridad. El que manejaba hacia maniobras nerviosas y nos metimos por un
camino que salía de la ruta, o lo que fuera que íbamos.
—¿Y con ésta qué hacemos? —dijo uno de ellos,
era horrible escucharlos. Era un infierno escucharlos.
—La co…—perdón pastor— la violamos y la
matamos también. Si la dejamos viva nos manda en cana. Tiene cara de cantarina
la pendeja.
El que me tenía agarrada me dio un beso en
los labios. Me arrancó la remera y me apretó los pechos con brutalidad.
—Pará, paremos en algún lado. No seas
angurriento —le dijo el que manejaba.
Paramos en un descampado. Abrieron la puerta
y tiraron con desprecio el cuerpo de Beatriz y después me hicieron bajar del
auto. El que le había pegado con la pistola a Beatriz, al bajar del auto tropezó
y el arma cayó junto a mis pies y la tomé con mi mano.
Juró por Dios que no pensé hacerlo pero
cuando se abalanzaron sobre mí, disparé. El estruendo me hizo temblar todo el cuerpo,
nunca voy a olvidarme de ese ruido infernal. Uno de los tipos se derrumbó en el
piso. Volví a disparar. Los otros tres, al ver a su compañero caído,
inmediatamente acudieron en su auxilio. Sin control sobre mí misma, volví a
apretar el gatillo. Le di a otro de los tipos. Los otros dos salieron corriendo
hacia el auto, me rogaban que no les dispare y se escaparon.
Sentía el frío en la cara y el ruido del
motor alejándose. En el aire todavía se escuchaba el eco del último tiro, al
menos yo lo escuchaba. Un frío me corrió por todo el cuerpo, me quedé congelada.
La oscuridad no me dejaba ver los cuerpos, no quería mirarlos, era todo horrible.
Tenía todavía el revólver en mi mano. Lo solté aterrorizada. A tientas encontré
el cuerpo de Beatriz, que había quedado de espaldas, con su boca mordiendo la
tierra, como si intentara cavar su propia tumba con los dientes. Como pude la
di vuelta: tenía los ojos abiertos, la mirada muerta y suplicante. La zamarreé
varias veces, pero Beatriz no reaccionaba. Con desesperación me puse a correr.
Corrí y corrí a ciegas en medio de la nada.
Hasta que no pude más y me caí. Esa noche no tenía final, no me podía escapar
de esa noche.
Cuando abrí los ojos me encontré con la cara
de una nena. Una nena que sonreía. Ya era de día. La nena me ayudó a pararme. Sin
dejar de sonreír me entregó un caramelo. Sus ojos tenían un color brillante,
brillante como el cielo. Me agarró la mano y empezó a caminar. A lo lejos se
veían algunas casas. Caminamos en esa dirección.
—¿Te gustan los caramelos de frutilla? Tengo
más si querés —me dijo la nena mientras escarbaba el bolsillo de su camperita.
Llegamos a una casa, en la que había una
mujer. Era la mamá de la nena. Al verme sus ojos brillaron aun más que los de
la nena. Sentí que estaba a salvo.
—Era hora
qué llegaras, me dijo la mujer con alegría. Estás de nuevo en casa, el infierno
ya terminó.
Me abrazó.
—Ya no importa, mi hijita, ya todo pasó. Ya
nadie te va a hacer daño. Ahora sos hermosa.
La mujer me sirvió un café con leche y me
tomó de la mano y me llamó Beatriz.
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