"la poleas de la noche" es un cuento de daniel delfino
audiolibro las poleas de la noche
las poleas de la noche
Hola, hoy es 4 de abril de 1991, la tarde se termina y si estoy leyendo esto que escribí es porque todavía me importan (voy a hablarles en general, pero el mensaje es para todos en particular, para cada uno en particular) y de alguna manera esta grabación responde a la necesidad de justificarme, con el único propósito de que un día la encuentren y al escucharla puedan entender lo que estoy viviendo. Y también como una forma de contener la desesperación que siento cuando no estoy caminando, cuando no estoy poniendo en movimiento las poleas de la noche.
Pero el fin último de esta grabación, la
ilusión que porta, es que cuando la escuchen haya podido alcanzar la esfera de
los rostros y yo ya no encuentre aquí.
Al principio todos intentaron desalentarme en lo que llamaban “mi
delirio” y me empujaban a volver a la normalidad de mi vida, normalidad que por
cierto, objetaban desde mucho antes, desde el divorcio, desde la decisión de
abandonar la empresa. No importan los detalles, no vienen al caso. Por otra
parte mi negativa innegociable de regresar a la normalidad, paulatinamente los
fue desalentando en su “salvataje”. A Diego, al negro, amigos de toda la vida,
intenté explicarles como pude todo, lo que me pasaba en esos momentos, lo insté
a que se acordaran cuando por la ventana de la pizzería La Pampa lo veíamos
caminar como un sonámbulo. Pero su misión no era escuchar mi delirio, sino
traerme el nombre y la dirección de un psiquiatra.
Afortunadamente, mi posición económica
siempre fue muy buena, por herencia familiar y por mérito propio, lo que me
permite no tener que perder tiempo en trabajar ni nada por el estilo. Lo demás
ya no me importa. ¿Qué importancia podría tener que digan que estoy loco? Yo me
siento un privilegiado, tal vez seamos muy pocos en el mundo, o quizá solamente
dos los que hayamos vislumbrado “eso” que está ahí, y que estoy seguro que si
soy metódico, voy a lograrlo en menos tiempo.
Soy consciente de toda la torpeza de mis
palabras al hablar de algo tan sublime. Hay algo que falta en el lenguaje que
me permita dar cuenta de lo todo que quiero decir. Soy ingeniero, y mi cerebro
está educado para hablar de cosas concretas, tal vez un poeta podría romper el
lenguaje y encontrar una manera más gráfica de poner en palabras algo que está
tan lejano a lo real, y que desborda toda lógica. Pero el objeto de esta
grabación es simplemente el de exponer mis razones, no tiene ninguna pretensión
ni literaria.
Todo
comenzó el día en que decidí seguirlo. Su misterio era un embrión de muchos
años de incubación, desde el tiempo de la secundaria en que nos quedábamos
horas y horas perdiendo el tiempo en estación o en la plaza de San Isidro. En
aquella época de mi vida, ya la intriga por saber la verdad sobre aquel
muchacho alto y encorvado de mueca monstruosa, que caminaba como un loco por
las calles de San Isidro a toda hora, me subyugaba. Lo llamábamos el loco
Mario. No sé por qué lo llamábamos así, si porque alguien nos lo había dicho o
fue un invento de ellos. Mis amigos se lo tomaban para la risa, pero a mí me
provocaba una sensación inquietante al verlo caminar incansablemente, como si
no pudiera hacer otra cosa. Todavía más
cuando me lo cruzaba de noche o en alguna calle inhóspita y sus ojos fijos
buscaban algo que no podía verse a simple vista. No sabía qué, pero sabía que
algo buscaban con sus ojos. Ahora que vuelvo sobre aquella época, me doy cuenta
que su imagen estaba siempre presente, era parte del paisaje. Cuando terminé el
colegio, estaba mucho menos en San Isidro pero al volver de la facultad o
volviendo de la empresa lo seguía observando desde el auto. Era incansable.
Como dije, todo empezó el día que decidí seguirlo y comenzar a mover las
poleas de la noche. Tal vez, el impulso de seguirlo haya sido el fruto de
tantos años en el que su misterio habitaba dentro de mi cabeza. Algo anormal… algún
motivo extraño de su locura me atraía. Me acuerdo que esa noche estaba entrando
el auto y mientras cerraba la puerta del garaje pasó frente a mi casa. Caminé detrás
de él a una prudencial distancia, para no despertar sospechas de su parte.
Fuimos desde la calle Washington (la de mi casa), por Libertador hasta
Belgrano, la calle principal. Después por Belgrano hasta la avenida Centenario.
Allí lo abandoné.
Mientras volvía a mi casa, tal vez sin planteármelo, me di cuenta que
era mucho más que curiosidad. Sentí ese paso por el frente de mi casa como una
provocación y a la vez una necesidad absurda de saber que lo impulsaba, que era
algo más que “la locura”. Comencé a seguirlo siempre que me lo encontraba y
algunas noches directamente salía a buscarlo. De a poco me fui obsesionando más
y más y en las persecuciones descubrí que vivía en una vieja casa en las
inmediaciones de la Catedral de San Isidro. También averigüé que su nombre era
Edison (de dónde habrá salido lo del loco Mario), que había sido un adolescente
normal hasta los 17 años, cuando un día sorpresivamente y sin motivo, comenzó
como un loco a caminar por las calles.
Todo esto me lo contó el jardinero de la casa en la que vive, y también
agregó que en su familia lo consideran un caso perdido, ya que habían pasado
más de veinte años. Sin embargo, su aspecto sigue siendo el de un adolescente.
Las ausencias nocturnas comenzaron traerme problemas con Gabriela. La excusa
del médico empezaba a tornarse inverosímil. Ella ya no creía mis excusas
(sistemáticamente ya lo seguía todas las noches, y lo buscaba hasta
encontrarlo); era inevitable que sospechara que yo la engañaba con otra mujer.
Y no solo mi mujer me formulaba planteos, en la empresa todo el mundo me miraba
con cara de no entender nada: mi falta de interés en el trabajo, me mostraba
irritable y había dejado de cuidar mi aspecto. Después de un par de errores
graves, mi hermano, dueño de la empresa como yo, me sugirió que me tomara unas
vacaciones, cosa que acepté sin discutir.
Lo único que quería era tener más tiempo, nada más. Estaba seguro que al
develar el misterio, toda esta obsesión terminaría. Pero no fue así.
Había
algo en el comportamiento de Edison algo aun más extraño que su caminar
vehemente. En determinados lugares se detenía de golpe, como si algo hiciera fuerza
en su contra. Su cuerpo empezaba a temblar y como si estuviera poseído por una excitación
repentina, dirigía su mirada hacia el cielo como una flecha, observando algo
que yo no podía ver. Permanecía con su cuerpo tambaleante por unos minutos,
segundos tal vez, y con desesperación
alzaba sus brazos hacia lo alto como si quisiera alcanzar algo. La imagen del
cuerpo deformado de Edison recortando el cielo nocturno era ritual, generaba
una energía invisible, pero tan conmovedora como monstruosa. Y que se
prolongaba aun cuando se daba por vencido y como un autómata comenzaba a
caminar nuevamente y se iba a su casa. Después de cada una de esas detenciones
su recorrido finalizaba. Era evidente que en ellas radicaba la clave de su
misterio.
Lo
seguía hasta su casa y al retomar la caminata, los pasillos que construyen los
arboles se volvían un laberinto en los que me internaba con la certeza de que
no era necesario un destino, sino que a través de ellos podía salir de la
realidad del barrio, de la gente, del mundo y adentrarme más y más en los
misterios de Edison. .
Hasta la noche en que vi el primer chispazo en el cielo.
Había salido como todas las noches a la caza
de Edison. Venía por Rivadavia y al doblar por Almirante Brown observé que la
atmósfera de la cuadra estaba más oscura que de costumbre. Las sombras eran
profundas, contrastadas, y al mismo tiempo suaves y cristalinas. El foco ámbar
del alumbrado municipal se iba apagando como la llama débil de una vela. Sentí
los pies pesados, como dormidos, como si ya no los tuviera. Al llegar a la
esquina de Acasusso, observé en el cielo un chispazo que paulatinamente se fue
convirtiendo en una luz progresiva de millones de colores frenéticos y
cambiantes. La luz fue adueñándose de todas las cosas, de la calle, de los
árboles, entraba en mí, podía sentirla en mi interior, en mi mente. El cuerpo
me vibraba y con mis manos intenté alcanzarla y al estirar mis brazos una
imagen fascinante se reveló ante mí. La luz se volvió una esfera luminosa en la
que a toda velocidad aparecían y desaparecían rostros humanos, pero que a la
vez eran otras cosas, era como si solo retuvieran las facciones, los gestos,
las expresiones de personas absolutamente bellas, como si pudiera verse su
espíritu. Sé que todo lo que pueda decir es insuficiente, ya que es imposible
representar en palabras lo que vi, pero jamás había experimentado una sensación
de placer, de plenitud en ese grado de intensidad. Solo deseaba tocar esa
esfera, esa maraña de luces que estaba fuera de todo y a la vez al alcance de
mi mano.
Y de repente, todo se diluyó. Mis ojos seguían encandilados y la casa que estaba frente a mí comenzó a tomar forma.
Me
quedé inmóvil, buscando la esfera en el fondo de aquel cielo lejano e
interminable. Su imagen no retornó, y allí debí haber permanecido como una
hora, con una sensación de vacío en mi alma tan angustiante como nunca había
experimentado en todo mi vida.
Esa
noche comprendí, que aquel vislumbre, traía el presagio de un universo de
secretos que pronto me serían revelados. Esos rostros venían a decirme algo, a
mostrarme algo con su expresión. Algo que ya no podía dejar de saber. Al verlos
en esa fugacidad de la esfera, una sensación luminosa me recorrió todo el
cuerpo, como si todo mi lado oscuro hubiese sido reivindicado. Ya no sentía
vergüenza por algunas compulsiones que provenían desde lo más oculto de mi
corazón. Cosas que jamás puede contarle a nadie y que muchas veces trato de
olvidarlas ocultándomelas a mí mismo. Ya no me importó más nada. Porque en esos
instantes sentí que ya dejaba de ser uno con el mundo, que me disolvía.
A
Gabriela, le pedí el divorcio, confirmándole su presunción de que la engañaba. Decididamente
ya no quería volver a la realidad de sus rostros. Sé que nadie va a entender
esto que digo, lo sé. Eso sí, me aseguré de que todo mi dinero quedara en manos
de mis hijos, y que Gaby maneje la agencia. Yo solo me alquilé un departamento
de un ambiente sobre la calle Belgrano y me quedé con una cuenta bancaria, para
no perder tiempo trabajando.
Al día que leo estas líneas, ha transcurrido casi un año desde aquella
aparición. La esfera no se ha vuelto a materializar. Quien atrape esa esfera
obtendrá el secreto de todas las cosas. En varias oportunidades intenté golpear
a Edison en las piernas, para que no la atrape antes que yo, pero se defiende
muy bien. No lo volví a atacar, por miedo a terminar lesionado yo. Sin embargo,
lo único que me obsesiona es volver a verla. No presto atención a nada, ni a
los consejos del Dr. Benitez acerca del debilitamiento de los tendones en mis
piernas, ni a la extraña mueca que estoy empezando a descubrir en mi boca...
Click.
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