domingo, 7 de julio de 2024

las poleas de la noche

 


"la poleas de la noche" es un cuento de daniel delfino

audiolibro las poleas de la noche

las poleas de la noche

 Hola, hoy es 4 de abril de 1991, la tarde se termina y si estoy leyendo esto que escribí es porque todavía me importan (voy a hablarles en general, pero el mensaje es para todos en particular, para cada uno en particular) y de alguna manera esta grabación responde a la necesidad de justificarme, con el único propósito de que un día la encuentren y al escucharla puedan entender lo que estoy viviendo. Y también como una forma de contener la desesperación que siento cuando no estoy caminando, cuando no estoy poniendo en movimiento las poleas de la noche.

   Pero el fin último de esta grabación, la ilusión que porta, es que cuando la escuchen haya podido alcanzar la esfera de los rostros y yo ya no encuentre aquí.

   Al principio todos intentaron desalentarme en lo que llamaban “mi delirio” y me empujaban a volver a la normalidad de mi vida, normalidad que por cierto, objetaban desde mucho antes, desde el divorcio, desde la decisión de abandonar la empresa. No importan los detalles, no vienen al caso. Por otra parte mi negativa innegociable de regresar a la normalidad, paulatinamente los fue desalentando en su “salvataje”. A Diego, al negro, amigos de toda la vida, intenté explicarles como pude todo, lo que me pasaba en esos momentos, lo insté a que se acordaran cuando por la ventana de la pizzería La Pampa lo veíamos caminar como un sonámbulo. Pero su misión no era escuchar mi delirio, sino traerme el nombre y la dirección de un psiquiatra.

   Afortunadamente, mi posición económica siempre fue muy buena, por herencia familiar y por mérito propio, lo que me permite no tener que perder tiempo en trabajar ni nada por el estilo. Lo demás ya no me importa. ¿Qué importancia podría tener que digan que estoy loco? Yo me siento un privilegiado, tal vez seamos muy pocos en el mundo, o quizá solamente dos los que hayamos vislumbrado “eso” que está ahí, y que estoy seguro que si soy metódico, voy a lograrlo en menos tiempo.

   Soy consciente de toda la torpeza de mis palabras al hablar de algo tan sublime. Hay algo que falta en el lenguaje que me permita dar cuenta de lo todo que quiero decir. Soy ingeniero, y mi cerebro está educado para hablar de cosas concretas, tal vez un poeta podría romper el lenguaje y encontrar una manera más gráfica de poner en palabras algo que está tan lejano a lo real, y que desborda toda lógica. Pero el objeto de esta grabación es simplemente el de exponer mis razones, no tiene ninguna pretensión ni literaria.

   Todo comenzó el día en que decidí seguirlo. Su misterio era un embrión de muchos años de incubación, desde el tiempo de la secundaria en que nos quedábamos horas y horas perdiendo el tiempo en estación o en la plaza de San Isidro. En aquella época de mi vida, ya la intriga por saber la verdad sobre aquel muchacho alto y encorvado de mueca monstruosa, que caminaba como un loco por las calles de San Isidro a toda hora, me subyugaba. Lo llamábamos el loco Mario. No sé por qué lo llamábamos así, si porque alguien nos lo había dicho o fue un invento de ellos. Mis amigos se lo tomaban para la risa, pero a mí me provocaba una sensación inquietante al verlo caminar incansablemente, como si no pudiera hacer otra cosa.  Todavía más cuando me lo cruzaba de noche o en alguna calle inhóspita y sus ojos fijos buscaban algo que no podía verse a simple vista. No sabía qué, pero sabía que algo buscaban con sus ojos. Ahora que vuelvo sobre aquella época, me doy cuenta que su imagen estaba siempre presente, era parte del paisaje. Cuando terminé el colegio, estaba mucho menos en San Isidro pero al volver de la facultad o volviendo de la empresa lo seguía observando desde el auto. Era incansable.

   Como dije, todo empezó el día que decidí seguirlo y comenzar a mover las poleas de la noche. Tal vez, el impulso de seguirlo haya sido el fruto de tantos años en el que su misterio habitaba dentro de mi cabeza. Algo anormal… algún motivo extraño de su locura me atraía. Me acuerdo que esa noche estaba entrando el auto y mientras cerraba la puerta del garaje pasó frente a mi casa. Caminé detrás de él a una prudencial distancia, para no despertar sospechas de su parte. Fuimos desde la calle Washington (la de mi casa), por Libertador hasta Belgrano, la calle principal. Después por Belgrano hasta la avenida Centenario. Allí  lo abandoné.

   Mientras volvía a mi casa, tal vez sin planteármelo, me di cuenta que era mucho más que curiosidad. Sentí ese paso por el frente de mi casa como una provocación y a la vez una necesidad absurda de saber que lo impulsaba, que era algo más que “la locura”. Comencé a seguirlo siempre que me lo encontraba y algunas noches directamente salía a buscarlo. De a poco me fui obsesionando más y más y en las persecuciones descubrí que vivía en una vieja casa en las inmediaciones de la Catedral de San Isidro. También averigüé que su nombre era Edison (de dónde habrá salido lo del loco Mario), que había sido un adolescente normal hasta los 17 años, cuando un día sorpresivamente y sin motivo, comenzó como un loco a caminar por las calles.  Todo esto me lo contó el jardinero de la casa en la que vive, y también agregó que en su familia lo consideran un caso perdido, ya que habían pasado más de veinte años. Sin embargo, su aspecto sigue siendo el de un adolescente.

   Las ausencias nocturnas comenzaron traerme problemas con Gabriela. La excusa del médico empezaba a tornarse inverosímil. Ella ya no creía mis excusas (sistemáticamente ya lo seguía todas las noches, y lo buscaba hasta encontrarlo); era inevitable que sospechara que yo la engañaba con otra mujer. Y no solo mi mujer me formulaba planteos, en la empresa todo el mundo me miraba con cara de no entender nada: mi falta de interés en el trabajo, me mostraba irritable y había dejado de cuidar mi aspecto. Después de un par de errores graves, mi hermano, dueño de la empresa como yo, me sugirió que me tomara unas vacaciones, cosa que acepté sin discutir.

   Lo único que quería era tener más tiempo, nada más. Estaba seguro que al develar el misterio, toda esta obsesión terminaría. Pero no fue así.

   Había algo en el comportamiento de Edison algo aun más extraño que su caminar vehemente. En determinados lugares se detenía de golpe, como si algo hiciera fuerza en su contra. Su cuerpo empezaba a temblar y como si estuviera poseído por una excitación repentina, dirigía su mirada hacia el cielo como una flecha, observando algo que yo no podía ver. Permanecía con su cuerpo tambaleante por unos minutos, segundos tal vez,  y con desesperación alzaba sus brazos hacia lo alto como si quisiera alcanzar algo. La imagen del cuerpo deformado de Edison recortando el cielo nocturno era ritual, generaba una energía invisible, pero tan conmovedora como monstruosa. Y que se prolongaba aun cuando se daba por vencido y como un autómata comenzaba a caminar nuevamente y se iba a su casa. Después de cada una de esas detenciones su recorrido finalizaba. Era evidente que en ellas radicaba la clave de su misterio.

   Lo seguía hasta su casa y al retomar la caminata, los pasillos que construyen los arboles se volvían un laberinto en los que me internaba con la certeza de que no era necesario un destino, sino que a través de ellos podía salir de la realidad del barrio, de la gente, del mundo y adentrarme más y más en los misterios de Edison. .

   Hasta la noche en que vi el primer chispazo en el cielo.

   Había salido como todas las noches a la caza de Edison. Venía por Rivadavia y al doblar por Almirante Brown observé que la atmósfera de la cuadra estaba más oscura que de costumbre. Las sombras eran profundas, contrastadas, y al mismo tiempo suaves y cristalinas. El foco ámbar del alumbrado municipal se iba apagando como la llama débil de una vela. Sentí los pies pesados, como dormidos, como si ya no los tuviera. Al llegar a la esquina de Acasusso, observé en el cielo un chispazo que paulatinamente se fue convirtiendo en una luz progresiva de millones de colores frenéticos y cambiantes. La luz fue adueñándose de todas las cosas, de la calle, de los árboles, entraba en mí, podía sentirla en mi interior, en mi mente. El cuerpo me vibraba y con mis manos intenté alcanzarla y al estirar mis brazos una imagen fascinante se reveló ante mí. La luz se volvió una esfera luminosa en la que a toda velocidad aparecían y desaparecían rostros humanos, pero que a la vez eran otras cosas, era como si solo retuvieran las facciones, los gestos, las expresiones de personas absolutamente bellas, como si pudiera verse su espíritu. Sé que todo lo que pueda decir es insuficiente, ya que es imposible representar en palabras lo que vi, pero jamás había experimentado una sensación de placer, de plenitud en ese grado de intensidad. Solo deseaba tocar esa esfera, esa maraña de luces que estaba fuera de todo y a la vez al alcance de mi mano.

   Y de repente, todo se diluyó. Mis ojos seguían encandilados y la casa que estaba frente a mí comenzó a tomar forma.

   Me quedé inmóvil, buscando la esfera en el fondo de aquel cielo lejano e interminable. Su imagen no retornó, y allí debí haber permanecido como una hora, con una sensación de vacío en mi alma tan angustiante como nunca había experimentado en todo mi vida.

   Esa noche comprendí, que aquel vislumbre, traía el presagio de un universo de secretos que pronto me serían revelados. Esos rostros venían a decirme algo, a mostrarme algo con su expresión. Algo que ya no podía dejar de saber. Al verlos en esa fugacidad de la esfera, una sensación luminosa me recorrió todo el cuerpo, como si todo mi lado oscuro hubiese sido reivindicado. Ya no sentía vergüenza por algunas compulsiones que provenían desde lo más oculto de mi corazón. Cosas que jamás puede contarle a nadie y que muchas veces trato de olvidarlas ocultándomelas a mí mismo. Ya no me importó más nada. Porque en esos instantes sentí que ya dejaba de ser uno con el mundo, que me disolvía.

   A Gabriela, le pedí el divorcio, confirmándole su presunción de que la engañaba. Decididamente ya no quería volver a la realidad de sus rostros. Sé que nadie va a entender esto que digo, lo sé. Eso sí, me aseguré de que todo mi dinero quedara en manos de mis hijos, y que Gaby maneje la agencia. Yo solo me alquilé un departamento de un ambiente sobre la calle Belgrano y me quedé con una cuenta bancaria, para no perder tiempo trabajando.

   Al día que leo estas líneas, ha transcurrido casi un año desde aquella aparición. La esfera no se ha vuelto a materializar. Quien atrape esa esfera obtendrá el secreto de todas las cosas. En varias oportunidades intenté golpear a Edison en las piernas, para que no la atrape antes que yo, pero se defiende muy bien. No lo volví a atacar, por miedo a terminar lesionado yo. Sin embargo, lo único que me obsesiona es volver a verla. No presto atención a nada, ni a los consejos del Dr. Benitez acerca del debilitamiento de los tendones en mis piernas, ni a la extraña mueca que estoy empezando a descubrir en mi boca...

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