Reseña de Música de Daniel
Delfino
Por Jonathan Ehrhorn
La lectura de un cuento en
Música, de Daniel Delfino, es una experiencia, pero la lectura de los
diecisiete cuentos que lo componen puede considerarse también una experiencia
en sí misma. Es como si subiéramos a la terraza de un edificio y, desde el borde,
miráramos no solo al transeúnte que dobla por una esquina, al que sube a un
colectivo o a una pareja discutiendo tras la ventana del edificio de enfrente,
sino también los recorridos que tomaron para estar donde están, los sueños
frustrados, los traumas, los miedos y los deseos. Encontramos a personajes en
diferentes etapas de la vida, como adultos que no pueden soltar el pasado y
jóvenes que quieren conectar con otros. Los lugares que se transitan son los de
Argentina, vista desde una perspectiva que permite que se infiltre aquello que
pertenece al mundo de los sueños. De una ciudad que existe, pero donde puede
acontecer lo inusual y hasta lo imposible, parecen venir los personajes de
Música.
En los cuentos se maneja
una prosa clara, con escenas descritas casi como si estuviéramos ante
fotografías. Escenas con las que se trabaja una amplia gama de climas. Uno
puede imaginar el barullo de un bar en Buenos Aires y el calor en la piel al
salir de un auto en medio de la ruta. Sin embargo, en lo cercano queda lugar
para el misterio, como es el caso de “Fantasma”, e incluso para lo inquietante,
en “La canción de los muertos”. A través de palabras inventadas y de una
realidad distorsionada, “El hambre” va más allá adentrándose en terrenos
propios de la narrativa experimental.
En Música hay espacio para
el costumbrismo y la fantasía. Pasar de un cuento al siguiente es como
sobrevolar esa ciudad conocida, pero a la vez impredecible. Es indagar en
humores, búsquedas y ambientes de un mundo resultado del hábito de un ejercicio,
el de hallar las posibilidades de lo sorprendente y lo extraño en lo cotidiano.
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