Doce mujeres son el
material y la voz, cuando no el cuerpo, de las historias que Lucrecia Labarthe
presenta en "No te acerques tanto al borde". Doce mujeres que se
perciben de edades diferentes y que atraviesan circunstancias disímiles, pero
que tienen en común la intensidad con la que habitan las páginas del libro.
Una de ellas siente el
deseo de ser madre, tan fuerte y singular es, que lo extrema más allá de la
obsesión y lo torna una fría y paciente, muy paciente, estrategia. Otra mujer
soporta desde la infancia que su madre caiga sobre ella “como una sombra
negra”. Y una tercera, embarazada, asume un riesgo que le deja solo “seis,
siete minutos para
relatar una vida”, la suya.
Atrapada en la
circularidad de lo imposible, un personaje necesita saber qué sucederá con el
romance que está viviendo, mientras otro tiene la certeza de que su amor se
está perdiendo en la neblina del alzheimer. En este cuento, el artificio, la
voz
que narra genera que la
desesperación de quien lee, crezca a la par de la del personaje sosteniendo
este efecto hasta el final.
En los mundos que
construye Lucrecia, además de deseo, obsesión y desborde, hay violencia. Esa
que se ejerce sobre los cuerpos femeninos a los que se les exige una belleza
uniforme y esas otras tantas violencias con la que un varón puede querer
someter a una mujer. Algo parecido ocurre en el relato que da título al libro:
se
escucha una voz infantil
y es recién en las dos últimas líneas que el impacto sopapea la lectura a pesar
que desde el vamos hay una cosa rara que se arrastra, que inquieta.
Algo de la práctica
gremial y política hace trama para hablar de los vínculos amorosos, los
encuentros sexuales, la paranoia que distorsiona la vida y otra vez la cabeza
se vuela, se brota, aunque en este caso el cambio que opera en la escritura,
clava la duda.
La variedad de
procedimientos narrativos, los ritmos, el movimiento claro de las palabras, el
entrevero de lo poético, son los elementos que provocan el sobresalto, la
sorpresa, la identificación para, una vez dentro, quedarse en la ficción y
deambular por los bordes que proponen los doce cuentos.

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