Delfino, Daniel. Música. Arde Editora.
Buenos Aires, 2025.
Las
formas breves ocupan un lugar relevante en la tradición literaria argentina.
Los cuentos de Daniel Delfino, reunidos en el volumen Música bajo el nuevo sello
Arde Editora, recuperan la impronta de dicho linaje.
Son diecisiete relatos
donde se exploran diversos temas, pero en los que es posible hallar una figura
o riff
que los articula; una melodía o ritmo, que apela a la
repetición en tanto recurso poético, y lo sintetiza en un corpus orgánico,
singular. En ese sentido, existe un
motivo, el musical, que circula en diversas variantes por todos los textos,
y condiciona, afecta a la mayoría de los
personajes. Algunos, como el de Georgie, incluso migran de un cuento a otro (Fantasma-Los indios), se recupera parte
su historia para resignificarla. La reiteración no sólo está en las palabras,
sino también en las cosas. O, más
precisamente, en las máquinas: “Para mí los autos son los caballos modernos” afirma el
narrador de la Chancha; o los colectivos, que son la memoria, la
infancia, incluso la transgresión: “Cuando era chico estaba obsesionado con los
colectivos” dice el protagonista de Fuera
de línea, el cuento que cierra el volumen.
El territorio es otro
elemento sobre el que pivotean los cuentos. En diálogo con la estética beatnik, las calles y las rutas exceden la
categoría de mero telón de fondo o
escenografía. Son, en cambio, un espacio que contiene y, a la vez, expulsa
a los personajes. La ciudad es centro de la acción y zona de pasaje entre los suburbios
acomodados y los más empobrecidos. Los personajes deambulan, se internan en zonas donde el otro los
confronta. De los espacios surge, además, un contrapunto entre lo íntimo y lo
público, que siempre es político. En Monte Chingolo, el narrador recuerda una fotografía de la revista Gente con “un colectivo de los
trompudos, incendiado, lleno de pandulces”; o en Fuera de línea que se rescata del silencio el/los femicidios cuando
dice que “las chicas muertas son de todos y son de
nadie”.
Las voces narradoras prueban,
en general, las perspectivas distanciadas, o las que giran alrededor de un yo;
sin embargo, hay una excepción en El hambre donde la narración apela a una
segunda persona. Un cuento donde campea la extrañeza más allá de la invención
de palabras incorporadas al texto.
Los diecisiete relatos
propician, desde la portada y el epígrafe en primera página, ciertas claves de
lectura sin agotar otras interpretaciones posibles. El verosímil oscila entre
lo real y lo fantástico, con rasgos cercanos al gótico. La muerte siempre
merodea. Las clausuras quedan
suspendidas, casi al borde del abismo, un vaivén que no coagula en certezas.
Porque todo lo que flota en la
superficie es infinitamente exiguo respecto de lo que se calla.

No hay comentarios:
Publicar un comentario