lunes, 27 de octubre de 2025

Reseña de «Música» de Daniel Delfino por Graciela del Percio

 


Delfino, Daniel. Música. Arde Editora. Buenos Aires, 2025.

 

Las formas breves ocupan un lugar relevante en la tradición literaria argentina. Los cuentos de Daniel Delfino, reunidos en el volumen Música bajo el nuevo sello Arde Editora, recuperan la impronta de dicho linaje.

Son diecisiete relatos donde se exploran diversos temas, pero en los que es posible hallar una figura o  riff que los articula; una melodía o ritmo, que apela a la repetición en tanto recurso poético, y lo sintetiza en un corpus orgánico, singular. En ese sentido, existe un motivo, el musical, que circula en diversas variantes por todos los textos, y  condiciona, afecta a la mayoría de los personajes. Algunos, como el de Georgie, incluso migran de un cuento a otro (Fantasma-Los indios), se recupera parte su historia para resignificarla. La reiteración no sólo está en las palabras, sino también en las cosas. O, más precisamente, en las máquinas: “Para mí  los autos son los caballos modernos” afirma el narrador de la Chancha;  o los colectivos, que son la memoria, la infancia, incluso la transgresión: “Cuando era chico estaba obsesionado con los colectivos” dice el protagonista de Fuera de línea, el cuento que cierra el volumen.

El territorio es otro elemento sobre el que pivotean los cuentos. En diálogo con la estética  beatnik, las calles y las rutas exceden la categoría de mero telón de fondo o  escenografía. Son, en cambio, un espacio que contiene y, a la vez, expulsa a los personajes. La ciudad es centro de la acción y zona de pasaje entre los suburbios acomodados y los más empobrecidos. Los personajes deambulan,  se internan en zonas donde el otro los confronta. De los espacios surge, además, un contrapunto entre lo íntimo y lo público, que siempre es político.  En Monte Chingolo, el  narrador recuerda una fotografía de la  revista Gente con “un colectivo de los trompudos, incendiado, lleno de pandulces”; o en Fuera de línea que se rescata del silencio el/los femicidios cuando dice  que  “las chicas muertas son de todos y son de nadie”.

Las voces narradoras prueban, en general, las perspectivas distanciadas, o las que giran alrededor de un yo; sin embargo, hay una excepción en  El hambre donde la narración apela a una segunda persona. Un cuento donde campea la extrañeza más allá de la invención de palabras incorporadas al texto.   

Los diecisiete relatos propician, desde la portada y el epígrafe en primera página, ciertas claves de lectura sin agotar otras interpretaciones posibles. El verosímil oscila entre lo real y lo fantástico, con rasgos cercanos al gótico. La muerte siempre merodea.  Las clausuras quedan suspendidas, casi al borde del abismo, un vaivén que no coagula en certezas. Porque  todo lo que flota en la superficie es infinitamente exiguo respecto de lo que se calla.


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